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¿Saben de motos las pescateras?

Mayo 2020

En 2016 el escritor y ensayista Félix de Azúa cometió la imprudencia de equiparar el mindset de Ada Colau con el de una pescatera. Era un modo de insinuar que Ada Colau, a su juicio, no estaba preparada para entender y asimilar los problemas de una gran metrópoli como Barcelona. En este sentido, un financiero catalán famoso se ha despachado recientemente –atrapado por un micrófono abierto– con una ironía alusiva a la supuesta zafiedad de la alcaldesa, de nuevo, mujer que no dispone, objetivamente hablando, de ningún mérito intelectual, universitario o académico (no acabó Filosofía, dice la wikipedia). En esta ocasión, la puya del hombre de negocios fue un gancho a la mandíbula: “¡Què s’ha cregut aquesta senyora? ¡Però si tirava pedres fa dos dies…!”, refiriéndose a un pasado activista en el movimiento okupa, los movimientos anti-hipoteca y los anti-deshaucio. Un currículum singular del que su protagonista se enorgullece públicamente.

Cabe reseñar que, en jornadas inmediatamente posteriores a la anécdota de 2016, en las calles de la ciudad, entre los empleados de diferentes comercios, y a la hora del pitillo o de tomar la fresca, unos a otros (unas a otras, etc.) se espetaban la siguiente frase:

– ¡Pescatera, que eres una pescatera!

Por las mañanas, la broma popular podía escucharse en los umbrales de las tiendas de Barcelona, incluso las situadas en lados opuestos de no pocas calles. Entre los dependientes de muchos establecimientos, dejó poso.

La solidaridad espontánea del gremio del comercio con su alcaldesa no era baladí: en realidad, todos los barceloneses –incluido Félix de Azúa, juraríamos– continuamos ignorando, ciertamente, lo que sabe y lo que no sabe Ada Colau, y lo mismo sucede con la treintañera Janet Sanz, actual mano derecha de la primera munícipe de Barcelona. Janet Sanz Cid es una licenciada en Derecho y en Ciencias Políticas, bien, pero con un período de prácticas que coincide, temerariamente, con su etapa de vice-gobernadora de millón y medio de habitantes, una responsabilidad sobre la que convendremos que no es ideal para un administrador que –prácticamente– se acaba de estrenar en la función pública.

Digamos que el historial de ambas políticas (la acaldesa y su adlátere) no es el de Pascual Maragall, precisamente, ni el de Manuela Marchena, para entendernos. Ninguna de las dos empata con la hoja de servicios de Bill de Blasio, alcalde de Nueva York graduado en Columbia, abogado general de la ciudad (public advocate) con anterioridad, y concejal durante largo tiempo antes de desempeñar un cargo tan decisivo.

Sin embargo, todo es posible, tal y como aseguraba un risueño Artur Mas –enmedio del funeral– el día después de que Trump ganara las elecciones (véase vídeo publicado por La Vanguardia). Y qué, diríamos. No en vano una buena lectura de Daniel Innerarity nos enseña que la democracia es el sistema que gestiona mejor el desconocimiento, la fatuidad y la miseria colectiva; y lo dice en serio. Jürgen Habermas, por su lado, ha dejado establecido: “¡Por Dios, nada de gobernantes filósofos!”

De acuerdo. Lo que nos preocupa de verdad a los barceloneses son las motos. El tema de las motocicletas. Es un asunto que, bien llevado, es una bendición para Barcelona, y se trata de una cuestión moral que no pilla la alcaldesa, ni su elenco de concejales, ni su corretela de asesores áulicos, entre los cuales figuran mentes lúcidas, nos consta. ¿Sabe la primera gobernanta de la ciudad –o su círculo– cuál es la diferencia entre una bicicleta eléctrica de gama alta y una motocicleta eléctrica de gama baja? Pues nosotros tampoco.

Resolvamos esta torpeza inexcusable. Las bicicletas son para el verano, y el “llano” de Barcelona es un mito para arquitectos y urbanistas: lo humanizó un crack de la planificación en el siglo XIX. Pero por desconocer, oiga, nadie sabe lo que opinaría Ildefonso Cerdá con tanto asfalto de colores. Porque a nadie en sus cabales se le ocurre subir la calle Santaló a pedales, aunque quizá pudiera ser en una bicicleta (¿o motocicleta?) eléctrica, o quizá en una “máquina” (llámale H) de baja cilindrada. Reciclémonos como carniceros: en la relación kilogramo-de-carne-movido / hardware-necesario-para-ello, el ingenio mecánico más eficiente que se percibe en el universo –no hace falta ser Shylock– es la moto (una bicicleta con motor), se mire como se mire. En particular, sin la solvencia y la libertad que dan las motocicletas, Barcelona sería un infierno circulatorio y un averno de contaminación.

Nadie quiere marginar el transporte público. Es fundamental. Se trata de favorecer la diversificación que otorgan las motos, simplemente,  pero no a cualquier precio. Lo primero que tendría que hacer el Ayuntamiento de Barcelona es declararla “ciudad de las motos”, pero con un gran matiz. Tendría que publicitar y asegurar el uso de la motocicleta como medio de transporte seguro, urbano y civilizado. Porque lo que ocurre ahora en Barcelona es una calamidad.

Vayamos por partes. Es absurdo que con el índice de contaminación de Barcelona se permitan camiones 4×4 tipo Cayenne, tipo BMW X6, tipo Mercedes GLE, tipo Range-Rover, tipo Audi gigantesco, y así, desplazándose tranquilamente por la ciudad: automóviles que se han vendido como rosquillas en España hasta hace bien poco. El sorprendente análisis del RACC confirmaba hace un tiempo que únicamente el 5% de estos SUV’s de lujo habia hollado un camino forestal, alguna vez. ¿Cómo es posible? ¿Admitimos el serpenteo obsceno de estos mastodontes normalmente con un solo pasajero (el piloto), por la Plaza Cataluña? ¿Cómo es que no se embrida este insulto a todos los barceloneses, cómo es que el consistorio cierra los ojos ante este derroche innecesariamente suntuoso, antes que adoptar normas que afectan indiscriminadamente al transporte de superficie de toda el área metropolitana? E igualmente, y aquí vamos: ¿qué pinta en Barcelona una Harley-Davidson petardeando a sus anchas, un artilugio pensado para las largas rectas interestatales de los Estados Unidos de América? El ruido brutal de estas moticicletas es insufrible, inmoral, contra-natura, en una ciudad tan densa como Barcelona. Ningún barcelonés ha visto en su vida a un guardia municipal deteniendo y multando a un motorista escandalosamente sonoro (por culpa de su bruñida Harley, o debido a un tubo de escape fuera de la ley), jamás, nadie lo ha visto. La afrenta de los escapes infumables y las Harley-Davidson’s “libertarias” (sus jinetes suelen ser burgueses con cadenitas) tiene en vilo a toda la ciudad a cualquier hora, impunemente.

Es urgente, perentorio, promocionar la urbanidad de la moto como vehículo de transporte seguro y civilizado. He aquí una idea básica, de perogrullo, antes de empezar a dictar bandos sobre el tráfico de vehículos en Barcelona y, en concreto, sobre la reducción de las motocicletas o sus aparcamientos: hay que montar una brigada municipal dedicada selectivamente a una nueva “policy” de la moto en Barcelona. Una nueva “policy” que tutele la motocicleta eléctrica (compartida y particular), que impida la circulación de motos térmicas a partir de una cilindrada bien estudiada, apta para moverse por todo el hinterland barcelonés; no hace falta una máquina de 750 cc para eso. Y mucho menos una Harley-Davidson. Hay que estudiar los recorridos de los commuters que pueden realizarse idóneamente mediante un invento tan sofisticado y tan útil como la moto. Etcétera. Y por descontado, al mismo tiempo que se ensalza y se fomenta la motocicleta como cultura genuina de Barcelona, valiosísima e indispensable, hay que anular de raíz el gamberrismo de la moto que aún queda en la ciudad, y que desprestigia automáticamente a los demás motoristas, además de provocar muchos accidentes.

La moto bien regulada, cortés, vital, controlada, forma parte indispensable de la solución circulatoria de Barcelona.

– Ada, reina, carinyu…

Kafka y su amigo Max Brod circulaban en moto por Praga, y Georges Bernanos por París. Lawrence de Arabia ratoneaba a lomos de su Brough Superior SS100, es cierto, pero nunca por una calle estrecha y empinada como las de Gràcia. Embestir institucionalmente a la moto sin criterio (o sin soluciones compensatorias creíbles), no es sensato, no es científico. Ignorar el ‘bendito patrimonio’ de la gente que rueda en moto fluidamente por la calle de Aragón, o censurar este hecho, o atacarlo sin racionalizar el dispositivo regulador, es desaprovechar lo que desde los negocios –al menos– se llamaría coste de oportunidad. Desde un ángulo puramente electoral, no digamos.

No olvidemos, por otra parte, la tozuda topografía de Barcelona, que será la misma siempre.

El suramericano Horacio Quiroga, ciclista histórico, en su “Diario de viaje a París” (1901) relataba sensaciones locomotrices nuevas y alentadoras. Narra el encanto de ciertos “triciclos a petróleo” que conseguían velocidades colosales…

[Palabra de Mono Blanco]

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