Alex Grijelmo cuenta en El País de 14-V-2017 el desastre sintáctico de la carta que el socialista Javier Fernández ha enviado a otro político, recién publicada en los medios. La misiva dice:
“En lo que si estoy de acuerdo contigo, es en la gravedad de la situación, y convencido de que, tanto en lo que tiene que ver con la corrupción, como en otros asuntos que están pendientes en el Parlamento, y me refiero (sin ánimo exhaustivo) a la reprobación y dimisión del Fiscal General del Estado y del Fiscal Anticorrupción, a la comparecencia de los ministros de Justicia e Interior o a la constitución inmediata de la Comisión de Investigación de la financiación del PP, que ya han sido solicitadas por el Grupo Parlamentario Socialista, en lugar de hacer de la política un juego de apariencias, deberíamos propiciar acuerdos que exigirían una relación más fluida y más sincera entre nosotros, por el bien de nuestra patria como tu dices (o de la ciudadanía como acostumbro a decir yo)”No es necesario obsesionarse con la lingüística, ni con la política, ni con las comas, pero este texto es deplorable. La sección final, siendo generosos, es aberrante. Josep Pla, que insistía en que “
la persiana és verda” (en catalán se declina el adjetivo), se hubiera comido la gorra. Por otra parte, cualquier colombiano advertiría un socavón sintáctico. “En Colombia abundan los artículos periodísticos sobre la lengua en radio y TV, y quienes resuelven dudas del idioma son estrellas de los medios. Los embelecos de la RAE, tanto como las sugerencias del diccionario, son recibidas con unción cuasirreligiosa por la gente”. Lo explicaba así, en el mismo diario, no hace mucho, el poeta Mario Jursich, al que un puñado de hispanohablantes felicitarían efusivamente por su reflexión. Ofrece un buen contraste con el desaliño de Fernández.
Jursich recordaba la condición estipulada en la Convención de Cúcuta (1821) para aspirar a la presidencia de Colombia: ser mayor de 30 años, tener una renta de 500 pesos y ser profesores de alguna ciencia. Pues bien, a eso se le añadió tácitamente el requisito de escribir con corrección y elegancia, y dominar las literaturas grecorromanas y del Siglo de Oro, así como tener conocimientos suficientes como para poder pergeñar un ‘Tratado del Participio’, tal como hizo en 1847 el presidente Miguel Antonio Caro.
Los viajes de barones del PSOE a Venezuela no son especialmente penosos, ni fructíferos, pero quizá los mandamases españoles debieran aparcar su actual riña de gatos –¿diferente a la zapatiesta de Caracas?– y ponerse a aprender gramática, concordancia e hilación prosódica. Al hilo de tanto vuelo transatlántico, les vendría bien visitar más la muy vecina Colombia y, de pasada, rememorar su intachable y gratulatoria historia con el idioma.
[Palabra de Mono Blanco]
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