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Escripturología

Es la ciencia de conseguir escribir algo interesante de cualquier longitud -y en cualquier medio-, y que además no sea mentira.

Se trata de la meta de muchas publicaciones, en el bien entendido de que, aunque todo logro cultural, estético o científico no puede definirse sino con palabras (mediante, en definitiva, lenguaje verbal y/o escrito -J. Mª Valverde dixit-), a sensu contrario las consecuencias de esta constatación parecen obvias; pues la simple generación textual, el puro arte de hilar sentencias heterogéneas o aleatorias, pero gratificantes por sí mismas -en la eventualidad de hallar una prosodia funcional-, consigue generar y difundir el milagro de la información válida y buena, verdadera, y, de hecho, con repercusión en múltiples disciplinas; como fruto espontáneo de su propia coherencia.

Se trataría de la fecundidad literaria del relato, no buscada, en principio no temática, producto de la generalidad y la generosidad del escribiente en un texto francamente planteado, pero casi sin querer. Esta estrategia culta es clave, por ejemplo, en una obra como la de Javier Cercas, donde todo juicio vertido en el texto, sea cual sea, resulta atractivo.

Por otra parte, ese mismo empeño -escribir por escribir, pero con rigor máximo- tiene su antípoda. Lo tiene en otro fenómeno de mal pronóstico; hablamos del delito de escribir por no escribir, en el sentido más frívolo que existe, el de un derroche que nos afecta a todos y que aparece desparramado en el globo como otra pandemia: los grafitti. Los grafiteros deberían ser multados por alguna organización internacional como criminales, como terroristas culturales y como agresores de la civilización. Lo que escriben siempre es mentira.

El formato del grafitti, nefasto para la literatura, es el mismo formato anómico, agnotológico y planetario, del tatuaje, del tatoo, de la herida corporal autoinflingida, un rasgo furioso y maligno característico de aquellas personas que, en su psicopatía narcisista, han “perdido la letra” y el respeto hacia la humanidad más básica: la suya propia. Si antiguamente el tatuaje era un castigo para maleantes, el grafitti es el tatuaje urbano -infraescalado al cuerpo humano- que da la medida moderna de la “civitas”.

El tatuaje generalizado de los cuerpos, igual que el grafitti, refleja la quiebra final de la escritura, el colapso de la recepción estética de la Literatura; el cuerpo humano ya no sabe cómo relacionarse con la letra, con la escritura, con la literatura; de modo que insensatamente inscribe, a sangre, caracteres, glifos y anagramas (entrópicos, absurdos, hirientes) en su propia piel, con la nostalgia de la pérdida del poder de la palabra


[Palabra de Mono Blanco]



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