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Menú a la boloñesa

(Diciembre 2008)

Como afirmaba Néstor Luján (de determinadas recetas eróticas): “la cocina afrodisíaca no existe; dicho esto, hablemos de la cocina afrodisíaca…” Es lo mismo que decir: hablemos de la universidad.

Porque los jóvenes, aunque sean universitarios, tienen intuiciones. Discutir sobre la universidad española es en vano porque la U es una guardería para la postadolescencia, y en un lugar así, la lógica, más que nada, hace gracia. Notan que, básicamente, la Academia les agrupa y controla como rebaños y sirve para atenuar o modular, conteniéndola, la agresividad de la testosterona. Saben que lo que hay en juego es primario, y que lo que los mayores quieren, sobre todo, es evitar espectáculos intimidantes como el de Grecia.

Habiendo lugarcillos como Harvard, Oxford, La Sorbona, etc., la Universidad española, en propiedad, no existe, si uno lo piensa. Hay un hervor por el debate. “Lejos de nosotros la funesta manía de pensar”, escribían en una exposición los profesores de la Universidad de Cervera en 1827. Actitud correcta para abordar la cuestión de la Universidad en España, actitud obvia. El problema tiene –actualmente– tres platos, y desde luego no hace falta elevar el tono; se reduce a un menú gastronómico (gustará o no gustará):

1.
Con herramientas discursivas nulas, los jóvenes de hoy, como los de cualquier época, tienen buenos presentimientos, buen rollo, buen feeling, para nociones de índole antediluviana como “dominación”, “poder”, “caciquismo”, etc. Intuyen que el tinglado de la Universidad hispánica “adolece de graves deficiencias estructurales”, expresado con un lenguaje eufemístico que es probable que ellos jamás lleguen a manejar. Ante Bolonia, resuena en su subconsciente profundo la frase lampedusiana: “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”. El terremoto que se avecina con el plan de homologación europea será un refrito –sospechan–, de la famosa haute cusine francesa: “plus ça change, plus c’est la même chose”. El pollo que se está montando irá bien, a lo máximo, para moverse por Europa, pero en la vertiente sur de los Pirineos, el desconcierto, la corrosión interna, la devastación, perdurará…

2.
Esta vez el reajuste de los grados, el culebrón de las atribuciones, el kafkiano rifirrafe mutuo entre los Colegios profesionales, las decisiones del Ministerio y las competencias autonómicas han generado un cóctel letal que produce, a estas alturas, pavor. Y los estudiantes son hipersensibles a los estímulos primarios. Perciben que no estamos ante un mero “cambio de plan de estudios”, es decir, ese deporte nacional (léase “nacional” al modo madrileño, catalán, vasco o gallego) que suele practicarse una vez por década, más o menos. Chicos y chicas pescan que la ingeniería de horarios, los cursos-pasarela, la obsolescencia de títulos, las convalidaciones, la yuxtaposición de másters, la revisión de contenidos, etc., etc., en esta ocasión, sobrepasará con mucho, y en gran exceso, la célebre paradoja de los “n cuerpos” que Newton formuló en mecánica celeste y que persiste entre la comunidad científica. Interrelacionar y resolver administrativamente lo que se plantea, teniendo en cuenta los agentes que intervienen, y su nivel de sinergia, es, en verdad, anonadante. El personal discente ve que el cambio de chaqueta de la Universidad, aunque sea epidérmico, es serio, y quizá –especulan– también lo sea el precio a pagar (para ellos). En Cataluña el desasosiego ante el salto mortal es homónimo a la señora responsable del mismo: “Blanca Palmada”. Podemos acabar masacrados, muertos, es decir, completamente in albis.

3.
Como siempre –aunque en este caso es peor–, el seísmo que se le viene encima a la universidad por estas latitudes debe ser, según los políticos, “a coste cero”; por tanto, lo está siendo ya a escote de los atribulados profesores de a pie. Ellos son los que por ahora han pagado el pato, y se han reunido en laboriosas y tristes comisiones durante meses. Partidas nocturnas de cazadores desalentados, como honderos desesperados sin saber qué piedra lanzar: a ver qué presa se vislumbraba desde el ministerio, desde el gobierno autónomo, desde los Colegios profesionales, etc., porque matar dos pájaros de un tiro –de especie todavía ignota– en la negrura más espesa, es igual que aquella “funesta manía de pensar”: ¿vale la pena? Si la incoherencia llueve de arriba, cuando el panfleto es pergeñado en unas condiciones atmosféricas y de contexto desconocidas, el resultado es absurdo. Los estudiantes han sido testigos de reuniones dispuestas pero estériles, y están picajosos. El desastre organizativo de este nuevo episodio de la educación “superior” es insuperable.

Ante este panorama una eterna frescura se adivina en el horizonte… La de los políticos; la cosa no es nueva. Los políticos siguen tratando a la Universidad española como un chiste oído después de una comida bastarda y cutre –estafa estofada a la sociedad–, una sensación un pelo desagradable que quizá pueda afrontarse con el estómago, pero no con el cerebro. Cuando lo utilicen, y saquen la billetera de verdad –si algo queda, tras la limosna oficial y escandalosa a los bancos– la magnitud de los temas a examen ya habrá dejado el país en suspenso.

[Palabra de Mono Blanco]

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