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Errejón al paredón

En el mes ‘nueve’ del año ‘dosmildiecinueve’, en la sección de Opinión un diario ha publicado un artículo del periodista Gascón sobre el político Errejón; de manera que EMB -en el encabezamiento- no ha podido dejar de señalar ciertas coincidencias.

Ojalá pudiéramos más. No deseábamos titular una rima, únicamente, sino también descabezar una falacia. Querríamos llevar un análisis de El País al tablero de los afiches, querríamos ponerlo en la pared virtual donde se comentan las críticas, fijarlo en el muro de las empresas literarias bien trabajadas, como un póster.

En este sentido, consideramos, efectivamente, que Daniel Gascón, con su retrato del ex-amigo de Pablo Iglesias, ha dado en el clavo definiendo a un seguidor de Ernesto Laclau. Otro pillado. Y van… Pinchemos pues este texto en el panel de los recortes de prensa indispensables, los que denuncian la demagogia feroz abatida sobre nuestras cabezas.

El País, 28-IX-2019

Las conversaciones de Errejón

Una de las ventajas que tiene Errejón es que todo el mundo piensa que es brillante. No importa lo que diga o haga: pensamos que es una observación o decisión inteligente. Es en buena medida un invento de la prensa. Ayudaba a debilitar a Iglesias. Y los periodistas somos sensibles a la adulación: tomamos un café con un político y salimos pensando que él es De Gaulle y nosotros Raymond Aron.

Ofrece una imagen de pureza y moderación. Ambas cualidades son discutibles. Se le considera responsable de los éxitos de Podemos, pero no de sus fracasos o defectos, y no le ha manchado su deslealtad. Lleva años en primera línea, pero se vende como un personaje fresco en nuestra sitcom electoral.

Que parezca dialogante y pragmático —una forma de votar al PSOE sin votarlo— no significa que sea moderado: se finge moderado porque es populista. Su tradición busca capturar las instituciones para desarrollar un proyecto antipluralista, que combina el unanimismo político y cultural con el dirigismo económico. Lo que criticamos como excesos de otros partidos es en su caso un rasgo programático. Que no pueda lograr sus objetivos no debería cegarnos ante sus intenciones.

Es un peronista, capaz de adaptarse a cualquier ideología: lo inmutable es el ansia de poder y la demagogia. Escrachador en la universidad y admirador de los “procesos del cambio” latinoamericanos, descubrió la necesidad del pluralismo en la treintena, pero solo porque había perdido. Hace unos meses elogiaba el régimen de Chávez y Maduro: “Una transformación en sentido socialista, inequívocamente democrática”, que permite que los venezolanos “coman tres veces al día”. En las elecciones autonómicas lanzó un discurso de orden, seguridad y pertenencia. A veces, la mayor diferencia de sus proclamas y las del populismo europeo es que él usa más subordinadas. Propone un nacionalismo de todas las naciones, una mezcla de lo peor de ambos mundos: un nacionalismo español de inspiración peronista, camuflado en metáforas y eufemismos, y los nacionalismos periféricos. Su perfil ecologista es un giro paradójico para un vendedor de humo.

Sería una hermosa ironía que el régimen de 1978 hubiera convertido al leninista en un burgués y al populista en un socialdemócrata. Podemos creerlo e ignorar el pasado, pero solo porque, como la carta robada de Poe, está demasiado a la vista.

[Palabra de Mono Blanco]

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