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La contaminación de Barcelona

(Febrero 2011)

Hace pocos años, el RACC (Real Automóvil Club de Cataluña) difundía la noticia de que el 96% de los automóviles 4×4 en circulación en España habían circulado siempre por asfalto. Es decir, que el 96% de los todoterrenos existentes en este país no habían pisado una humilde pista forestal desde el día de su matriculación. Hoy este porcentaje inédito es aún mayor. Considerando que los 4×4 representaban hasta hace poco el segmento de ventas de crecimiento más espectacular, y que, por su tamaño y cilindrada, son los generan mayor contaminación entre el parque automovilístico hispano, y teniendo en cuenta la abundancia de este tipo de coches en los centros urbanos y comerciales de nuestras ciudades –especialmente los más caros–, entonces cabe concluir que nos hemos vuelto locos.

A primeras horas de la mañana, en la cornisa noroeste de Barcelona –donde se concentran los colegios elitistas de la ciudad–, se contempla un desfile de estos vehículos avasallantes, muchos de la marca Audi, Volkswagen, BMW, Mercedes y Porsche; firmas que en su día apostaron por un tipo de vehículo completamente ajeno a su tradición automovilística, con tal de no perder mercado, una vez desatada la histeria colectiva por lo “ostentóreo”. España es su concesionario modelo. España es su concesionario estrella. Por aquella zona de Barcelona mencionada, era y es habitual ver la típica mamá conduciendo un hiperinflado ‘Tuareg’ (Volkswagen, 80.000 €), o un lujoso ‘Cayenne’ (Porsche, 100.000 €) para desembarcar su equipaje minúsculo a las puertas de la escuela. De pronto, la madre –con irisaciones en el pelo y pulseras– se detiene, y un enano con mochilita desciende del mastodonte… No únicamente son escenas matutinas, con los atascos consabidos por el Paseo de la Bonanova, porque el fenómeno se ha extendido al resto de la ciudad, y ahora es normal a cualquier hora. Es frecuente el ama de casa ociosa circulando por la calzada del centro de la urbe utilizando, vamos a llamarlo, este “ancho de banda”. Hoy se ven los increíbles gigantes de cuatro ruedas en cualquier arteria de Barcelona. En poblaciones urbanas periféricas con altos niveles de renta, como Sant Cugat, también proliferan.

Se sabe que en Madrid, la capital financiera del estado, el delirio por la exhibición de automóviles de precios prohibitivos, grandes, de gama alta, es mayor que en la ciudad condal, y ha sido una ‘moda’ en alza hasta llegar a pleno siglo XXI. La brutal y despilfarradora estructura urbana de Madrid con infinidad de viviendas diseminadas en el extrarradio obliga a disponer de varios vehículos por casa o familia. En las renombradas urbanizaciones madrileñas, hay auténticos festivales de Ferraris, Porsches, Aston-Martin, BMWs, etc.

Para rematar este panorama inquietante, estando como estamos justo en el momento medioambiental más delicado del planeta, y en el del peor estado de la contaminación de Barcelona y de Madrid –lo que nos afecta directísimamente-, viene algo peor. A la cazurrería ecológica local, a la inactividad y las mentiras de nuestras autoridades locales, a esta enfermedad nuestra, a esta pérfida y contumaz idiosincrasia, le acaba de salir un aliado inesperado –es cierto–: el éxito popular de las carreras de Fórmula 1. Gracias a la eclosión de una figura excepcional como Fernando Alonso en los últimos años –posiblemente uno de los mejores pilotos de automóviles de todos los tiempos–, España ha ingresado definitivamente en la zona más estúpida del mapa de las civilizaciones.

¿Porqué los españoles tienen una suerte tan funesta? ¿Es algo hegeliano, spengleriano o irremediable? ¿Porqué demonios Alonso no pudo aparecer en la década de los 60 o los 70 o los 80, como todo el mundo, al lado de ases del volante como Jim Clark, Jackie Stewart o Ayrton Sena? Justo en el momento medioambientalmente más comprometido del planeta (hoy, aquí, y crónicamente en Barcelona y en Madrid), justo ahora nos aparece la figura automovilística genial entre el vecindario… ¡Qué sinsentido histórico, qué desgarradora herramienta de contrapropaganda! ¡El auge de los coches, en el instante menos oportuno! ¡Qué mala potra! (con perdón).

Al hilo de esta fina idea, véase la carta dirigida por un ciudadano sensato (Antonio Cánaves) al director de un diario de gran circulación (El País), publicada ya en Marzo de 2007, sobre los automóviles en concreto. Dice:

“El automóvil es el mayor despilfarro de energía que existe, ya que tiene que mover dos toneladas de chatarra para transportar a una persona que sólo pesa entre 60 y 80 kilos. Sería un éxito de planificación reducir la venta de automóviles, para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero no únicamente por su uso, sino por el proceso de su fabricación, que representa el 25% de la energía que consumirá: extracción de materias primas de minas o canteras a cielo abierto, transporte de las mismas, transformación en grandes hornos, procesamiento en la industria siderometalúrgica, fabricación de los miles de componentes y accesorios, distribución de los mismos por todo el mundo, fábricas de montaje, distribución de los diferentes modelos por todo el mundo… A todo ello hay que sumar los costes ambientales de toda la infraestructura del combustible.

La infraestructura que necesita el coche para su fabricación, mantenimiento y consumo, desde el origen de las materias primas hasta su desguace, puede suponer el 80% de las emisiones de los países con alta motorización.

Lo preocupante es que cada año (el artículo data de 2007, ahora las cifras son mayores) se venden 70 millones de coches, que hay que sumar a las emisiones de los 800 millones de automóviles que circulan actualmente por el mundo. Esto sólo es una brisa de lo que puede acontecer si los países menos desarrollados copian nuestro modelo de vida; sólo con que China y la India lo hagan, representará 2.000 millones más de coches echando gases.

Espabilen, la solución es sencilla y el tiempo apremia. Pueden empezar por limitar la propaganda del instrumento más peligroso que la humanidad haya inventado jamás y que todos los años mata en el mundo a 1,2 millones de personas…”

Uno aún diría más: ¿porqué no empezar esta lucha ante el despilfarro y la contaminación, insoportable ya, con los impuestos, o con los peajes urbanos? Los malos de la película son fáciles de identificar: el abrumador Hummer, el cínico Cayenne o los Range Rover (¿todoterrenos de lujo para circular por autopista?), los Touareg, el Pathfinder de Nissan, los brutales pickups de Ford que parecen que van a cargar balas de heno en la Plaza Cataluña, el enorme y absurdo semicamión Audi Q7, los semicamiones de la gama “alta” de BMW, todos los desproporcionados 4×4 estúpidamente circulando aún por el centro de la ciudad –con una sóla persona al volante– y jamás por un camino rural o en una explotación agrícola (donde al menos tendrían un poco de sentido), etc. etc.… ¿Qué coherencia hay en fomentar la bicicleta y dejar que estos inverosímiles automóviles serpenteen por las zonas más asfaltadas y más contaminadas de Barcelona?

[Palabra de Mono Blanco]

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