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Oda a la Moto

La primera motocicleta se fabricó en el verano de 1885; por tanto, en 2010 -hito en los éxitos del motociclismo hispano- se han cumplido 125 años del nacimiento del invento. Una de las travesuras del ingeniero Gottlieb Daimler (1834-1900) fue sembrar el pánico por el tranquilo valle del Neckar -Alemania- a lomos de una bicicleta dotada de motor de explosión, por aquellas fechas. Al año siguiente (1886) el mismo personaje ratoneaba a bordo de su Victoria movida por petróleo, mientras los locomóviles de Serpollet y el marqués de Dion iban todavía peor… perdón, iban todavía a vapor.

Victorias y motocicletas se juntan, y la mente se va enseguida al campeón de la llamada categoría “reina” de las competiciones, es decir, 125 años después del primer golpe de gas a mano: el mallorquín Jorge Lorenzo, quien confiesa en una entrevista actual -sin pelos en la lengua- no saber nada realmente de motores; ni siquiera conoce la distinción mecánica entre un motor de cuatro tiempos y un motor de dos tiempos.

La ignorancia de la moto duró bastante, aunque no a este nivel (supino). En el período de entreguerras europeo el invento de las dos ruedas había de convertirse, con y sin sidecar, en el vehículo preferido de los deportistas, pero tardó cierto tiempo en ser asunto meritorio para escritores, pintores o músicos. A la moto no le hicieron mayor caso cubistas, dadaístas, surrealistas, ni futuristas, si exceptuamos el caso de Bernanos –polifacético– , quien caracoleaba por las calles de París allá por los años 30 del pasado siglo con su petardeante máquina roja. ¡Georges Bernanos! El ensayista, novelista y dramaturgo (1888-1948) tuvo un accidente que casi le costó la vida, un dato que recuerda otro episodio cierto, y con consecuencias nefastas: el accidente que padeció el legendario Lawrence de Arabia en su última excursión por el desierto, cuando cambió el camello por una Brough Superior SS100.

Estaban por llegar “el hombre sin atributos” de Robert Musil, los “poveri amanti” de Patrolini y los “ragazzi di vita” de Pasolini, con sus motos culebreando por diversos escenarios. Luego vino “La motocicleta” de Mandiargues, los teddy-boys, y las Harley-Davidson de los Hell’s Angels norteamericanos retratados en el cine: una horda que en Europa ha sufrido una verdadera mutación; los jinetes de las Harley son –aquí, hoy– cándidos padres de familia barrigones con cadenitas y botines de fin de semana.

Históricamente, y respecto a la motocicleta, las letras hispanas siempre han reaccionado con alegría, han engranado todas las marchas, por así decirlo, y no hablamos de la efusión periodística de páginas y páginas celebrando triunfos recientes de motoristas. Sirva decir que, ya en el remoto 1901, el narrador uruguayo Horacio Quiroga Forteza (1878-1937), a la sazón gran ciclista, en su “Diario de viaje a París” relataba sus experiencias memorables, novedosas, entusiastas, aupado a lomos de un “bicho a petróleo que alcanzaba colosales velocidades”. Rebuscando en el pasado -pues hay mucho material- aparece también un académico y catedrático de Lógica, el madrileño Leopoldo Eulogio Palacios (1912-1981), quien honró así a la moto, en castellano:

“Bruto de acero que el cerebro humano,
en el vaso del sueño,
pergeñó como nuevo Clavileño
para alcanzar el horizonte arcano:
Déjate acelerar bajo mi pulso,
Y transmitir tu impulso
a las llantas inquietas
que el ingeniero brinda a los poetas”.

[Palabra de Mono Blanco]

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