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Villatoro lo vuelve a hacer

Febrero 2024

Lo malo de Convergencia no es la mefistofélica risa de Míriam Nogueras, que recuerda un pujolismo no acabado, como tampoco ha muerto el caso del 3% pendiente de juicio. Tanto los miembros de la antigua formación (recauchutados en Junts) como los siete hijos del patriarca y la Ferrusola siguen campando por sus fueros y reivindican que “aquí no ha pasado nada”. Al menos, lo insinúan en los medios de comunicación unos, y en petit comité los otros. Es decir, esto, más que a Blancanieves, se parece al Rally de Sitges. Ganar una carrera con los neumáticos pinchados, es lo que parece que Pujol reivindica esporádicamente con el discurso de que “algo positivo ha habido”, actitud difícilmente sostenible después de veintitrés años de viajes-lanzadera a Andorra + prórroga de dol + colección de coches de Junior. Y eso, tras el puré mental preparado por el equipo del full de ruta.

El contexto ahora es más calmado, pero el registro del 3% vuelve a asomar una y otra vez en la cuneta, haciendo cierto aquello de que la justicia lenta ya no es justicia.

En este sentido, las aguas bajan más calmas, es cierto, aunque igualmente turbias, y siguen fluyendo enmedio de la sequía. El pujolismo fue como una plaga bíblica (y lo continúa siendo en los tribunales), y, a fe nuestra, no ha concluido. Después de bajarse drásticamente la bandera ajedrezada, hay gente que conduce varias vueltas más dando la tabarra.

Vicenç Villatoro publica novela.

En su carrera de fondo, perpetrar ‘La Ciutat del Fum’ (texto infumable) no le resultó bastante y mira que muchos pensamos entonces que este paisano caería en la cuenta de que una cosa era “vivir de la política” dibujando comillas aéreas, y otra elaborar literatura para adultos.

Sin embargo, aquí está. Ha vuelto el lletraferit. Al frente del rebaño adicto (escribió lo suyo después del hito fuliginoso) y exhibiendo en la viquipèdia diversos premios que funden intelectualmente al país, como el Prudenci Bertrana o el Ramon Llull… ¿Pero qué diría “el pare de les lletres catalanes”, Jordi Rubió i Balaguer, si levantara la cabeza y viera como el nombre de Llull –predilecto del erudito– fuera vilipendiado de este modo en un trofeo que ha conseguido hasta el líder de “Sopa de Cabra”?

Esto no hay quien lo suba, y la cuesta se pone apurada en esta esquina nororiental ibérica. Derrengados como estamos, hay gente como Villatoro que insinúa que el pujolismo puede cambiar de marcha i llestos, y que vamos a lo de siempre, que tranquilos Jordi, que pronto llegará un galardón, o una creu, o un refuerzo televisivo con Xavi Grasset.

Yo saco libro porque lo valgo.

Implícitamente, “Urgell. La febre de l’aigua” (la nueva novela de Villatoro) no nos ahorra el panfleto consabido pasado-presente, un procés marginado y la aventura de pa sucat amb oli de su familia no andaluza –de nuevo la penuria de los ancestros, que ya vale…–, y resulta ser la prolongación de la biografía incomprendida del vate; nuestro hombre también es poeta, lo que bastaría para identificarse con su particular work in progress.

Con este autor siempre aflora el presentimiento de que las anécdotas y la moralina arruinan cualquier formato literario, además de advertirse una intimidad sospechosa con la lengua catalana. Subconscientemente, el aparatus Villatoro es una manifestación del síndrome de Torquemada.

Ha ocurrido antes (los ejemplos son innumerables, empezando por el suyo), no es el primer intento de blanqueo de una saga semiforastera, pero, en cualquier caso, ¿es creíble que un heraldo del cotarro intelectual, mimado por el poder (por razones ignotas), un auténtico rasputín de la venerable Tarrasa, no haya leído, por todos los santos, ni a Freud ni a Lacan?

Ay, el fetiche de la lengua…

Repasemos al dominico. La pista de la fumarola de las hogueras asando herejes la da el propio Torquemada, pues las prendía personalmente para hacer desaparecer a sus antepasados. No superó el problema de la limpieza de sangre, dando pie a una escabechina histórica con el tizón y el fuego. Ahora, mucho después, tras honores audiovisuales, sillas institucionales y otros oropeles –afortunadamente sin delito–, Villatoro presenta un edipo no autodiagnosticado en pleno siglo XXI, negro sobre blanco. Pagan justos (lectores aburridos) por pecadores (escritores-plasta). Cualquier psicoanalista argentino sabe desmenuzar el fenómeno.

Tener que explicar esta purga familiar –la paradoja de Torquemada– a un pope como Villatoro es el colmo de los colmos. Pero en TV3 todo es posible.


[Palabra de Mono Blanco]



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