Y sinó, que se lo digan a Trias, nuevo cap de todos los barceloneses, que a partir de ahora tendrán un arquitecto en jefe… ¡valenciano! El cual, recién designado por el supermunícipe de la ciudad, no va a parar quieto. Curtido en los entremeses del PP (léase corruptelas, léase -si se quiere- delitos) cantó un do de pecho en la comunidad valenciana en sus esplendores falleros de las últimas décadas, y justo a este señor nos lo plantan en Barcelona como líder de la cosa arquitectónica. Es como si Artur Mas encarga la remodelación del Parlament de Catalunya (y perdón por la idea) a Calatrava. Hay arquitectos en el mundo y van, y detienen el índice en Vicente Guallart, el del discurso más demagógico, vacío y facilón (las tecnologías digitales son taumatúrgicas) de lo que se sabe sobre el arte de Vitruvio, muy maltrecho en Barcelona; después de la grapadora, igual nos dan otra sorpresa (maligna) en el inmediato futuro.
El trabalenguas de las “erres”, y el continuo reacomodarse las gafas con el dedo -el mismo que apunta a un valenciano hueco, pirotécnico e inquietante-, deshacen las dudas: Trias es un humorista.
Y es que en ocasiones, después de la larga carrera de un hombre público, prevalece un detalle. Por ejemplo, en una novela entera, con centenares de páginas, como es el caso de la obra de Paul Auster “Viajes por el Scriptorium” (2007), lo verdaderamente destacable es una pequeña historia cómica. Lo dijo un eminente crítico después de leer todas las líneas de “Viajes por el Scriptorium” del escritor de la ciudad de los rascacielos. Los dedazos del nuevo alcalde Trias se sintetizan en una (única) gran pifia, o en una (única) gran perfidia, no se sabe bien qué es. Globalmente, ¿es una tragicomedia la designación del arquitecto municipal en jefe de BCN?
Los volúmenes de “Guerra y Paz” son buena literatura para casi todos los paladares -y suponemos que Trias lee-, pero apenas se halla un chiste en ellos, en el sentido clásico del término. Tolstoi logra reflejar innumerables escenas de gran comicidad, con una hilaridad profunda, llena de grandeza, pero en puridad no hay chistes, esas combinaciones humorísticas de las que Freud saca petróleo y en que se resume a veces una película de Woody Allen, de ascendencia judía como Freud y como Auster. Excepto cuando filma en Barcelona, Allen es genial y a veces parece querer introducir la vida en un gag. Woody presume de haber seguido cursos sobre lectura rápida, en diagonal, porque estuvo de moda. ¿Lo lograste?, le preguntaron una vez. -Sí, he conseguido entender ‘Guerra y Paz’ en veinte minutos; habla de Rusia.
En su juventud leyó a Tolstoi y a Dostoievsky, de cabo a rabo. Woody Allen es un sátiro, y la prueba es que ha creado notables películas serias (afrontar el entorno con gravedad equivale a reirse de uno mismo). Si la vida es ambigua, cualquier gracia resulta superficial, ramplona, y hasta barcelonesa. “Reír para no llorar” es fundamental en el humor judío, y viene a cuento porque explicita nuestra depresión al ver seleccionar por nuestro consistorio a Guallart. No pot ser. Es decir, hablamos de un médico cuyas terapias probablemente matan.
Woody tiene bisabuelos rusos (además de judíos), y el chiste ligero de Paul Auster es mucho mejor que todos los esfuerzos de Trias:
Un hombre entra en un bar de Chicago cada día a las cinco de la tarde, y pide tres whiskies; no sucesivos, sino simultáneamente. El camarero sirve los tres y el cliente se los bebe; paga y se va. Vuelve al día siguiente y pide lo mismo, y así cada día, durante cuatro meses. Un día, el camarero, con discreción, le pregunta porqué pide siempre tres whiskies y se los bebe seguidos. “Muy simple”, responde el cliente. “Tengo dos hermanos que viven uno en Nueva York y el otro en San Francisco, y estamos tan bien avenidos que para celebrarlo, los tres bajamos al bar por la tarde, pedimos tres whiskies, y nos los bebemos a nuestra salud”. La explicación satisface al camarero. Pero un buen día, el hombre de Chicago entra en el mismo bar, a la misma hora, y pide sólo dos whiskies. El camarero, con gran circunspección, y no menos delicadeza, pregunta porqué ahora sólo pide dos en vez de tres whiskies. Responde el cliente: “Es que yo he dejado de beber”.
Vale, concentrémonos en los eructos.
En nuestra baqueteada urbe layetana, después de la grapadora, el que s’ha begut l’enteniment es el alcalde. No sabemos cuántos whiskies ha necesitado Trias, y cuántos Vidal de Llobatera, pero probablemente los dos iban finos cuando se decidieron. ¿Debatían entre la vida y la muerte, es decir, entre la momia de Bofill y el ascendiente “intelectual”, retorizante, sublimemente alto y digitalmente mediterráneo del valenciano Guallart?
A lo mejor, una vez tocado este último en el hombro con la vara municipal, Ferran Mascarell es el que ha dejado de beber: pues ahora tiene un hermano culto en la alcaldía -con gafas de pasta- y un gemelo ciego en el socialismo.
[Palabra de Mono Blanco]