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Hurto en el huerto

Mas-Colell reconoció al final que España no robaba nada, pero no hay que ser un Trueba para ver qué es lo que soluciona los conflictos políticos de este país: evitar topicazos.

Curioso el caso de Ciudadanos. Se trataría de no-nacionalistas in pectore interpretando a nacionalistas a gritos (de la cosa española). Raro, porque de los estructuralistas en su día aprendimos que la primera interpretación del fenómeno es su representación, es decir, su mera imagen, la interpretación más débil.

¿Es visible desde Marte la morbosa concentración central en el huerto de España? Algo hay, pues sin ser una paradoja, resulta tanto más escandaloso cuanto más lejos se sitúe el observador del hotel Westin Palace (Dios nos perdonará la blasfemia). Es que “en provincias” se nota como un polvo cósmico por allá, al que Rivera y Arrimadas no le sacan ningún intríngulis.

Preguntado X. Rubert de Ventós sobre la definición de la belleza, dijo: acudamos a la enciclopedia, a ver qué pone. Así, nosotros -que le copiamos- seguro que nos perderíamos en una hermenéutica multifactorial del centralismo en la Wikipedia, etcétera.

Entiéndase, el hecho de que exista una “delegación del Gobierno” en Madrid da risa; es un feo dirigido a todos los españoles en general. Es un oxímoron, pero también una curiosidad, como el nihilismo de C’s en este insumo. Por el contrario, las autopistas aznarianas y gallardas de Madrid son la pera, lucen una catadura, un empaque solidario, un vuelo digno de las cornisas escurialenses de la Almudena, que de bonitas y de gúrteles dan dos vueltas a la manzana.

Véase el texto a continuación; muy bueno.

Francesc Valls, El País 18-XII-2016

Autopistas radiales y fotos del Rey

Los trazados innecesarios son expresión de una concepción centralista del Estado cuando no declaradamente comisionista: en beneficio propio o para los partidos

Un nuevo hito”, “la solución a los problemas de transporte en torno a Madrid” o una “apuesta clara que muchas generaciones de españoles tendrán que valorar y agradecer”. Las inauguraciones de las autopistas radiales de peaje básicamente en torno a Madrid, en su mayoría del consorcio compuesto por Abertis, ACS, Sacyr y Bankia, suscitaron una amplia muestra de vocabulario épico. Las expresiones que encabezan estas líneas fueron pronunciadas en plena efervescencia desarrollista por el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar; el ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, o el entonces alcalde de Madrid Alberto Ruíz Gallardón. Era tiempos en que no era cabal oponerse a esas vías que oxigenarían el corazón del gran Madrid. Apenas 10 años después de aquel Plan de Infraestructuras 2000-2007, el dinero público acudirá al rescate de las autopistas. La fiesta va a costar entre 4.000 y 8.000 millones de euros. La cláusula de Responsabilidad Patrimonial de la Administración (RPA) obliga al Estado a asumir una infraestructura en caso de quiebra y a pagar a las concesionarias el importe de la inversión que aun no han recuperado. La RPA es el comodín contra el riesgo de bancos y concesionarias.

Que las radiales no funcionaban era un secreto a voces. Contra la evidencia, Ana Pastor, anterior ministra de Fomento de Rajoy, mostraba gran aplomo al asegurar que las autopistas, más allá del peaje, no iban a costar un euro al contribuyente. Esquizofrenia total, pues, entre relato y realidad, ya que en 2013, el tráfico había descendido en un 48% respecto a 2007 y , claro, no salían las cuentas.

Como sucedía en los planes quinquenales soviéticos.

Hay otros precedentes recientes de ese auxilio social obligatorio a negocios privados ruinosos. Con la paralización del proyecto Castor, por medio millar de pequeños seísmos en la zona de Tarragona y Castellón, la Administración ya tuvo que pagar 1.350 millones de euros —pactados bajo el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero— a Escal UGS, controlada por ACS.

O sea que en el círculo vicioso entre infraestructuras y dinero público parece que España continúa sumida en el siglo XIX, cuando el negocio consistía en hacer kilómetros de vías de ferrocarril para lograr subvenciones, aunque se tratase de un proyecto inútil. Tiempos aquellos del Marqués de Salamanca, ministro de Hacienda, en que se concedió un crédito para la compañía ferroviaria de la que él mismo era principal accionista. Las ayudas públicas supusieron el 50% del capital desembolsado en la época de gran fiebre ferroviaria española. Los síntomas se prolongaron con vaivenes hasta la dictadura del general Primo de Rivera. La II República supuso un punto de ruptura. El socialista Indalecio Prieto, ministro de Fomento, denunció en referencia a la no nata línea Santander-Mediterráneo su trazado “caprichoso” que “describía curvas innecesarias cuyo objetivo era aumentar el beneficio de las empresas concesionarias”.

El despropósito ferroviario y de infraestructuras en España forma parte de una historia que llega hasta hoy día. Trenes de alta velocidad vacíos —como sucedía con los convoyes que circulaban en el siglo XIX—, o trazados radiales o innecesarios, expresión de una concepción centralista del Estado cuando no declaradamente comisionista: en beneficio propio o para financiar partidos. La única enmienda pactada para los presupuestos de 2010 entre PP, PSOE y CiU fue la que concedía 250 millones de euros en créditos participativos a las concesionarias de las autopistas radiales…

(…sigue un excurso sobre la quema de fotos del Rey)

[Palabra de Mono Blanco]

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