El acrónimo SOB, que quiere decir en inglés Son of a Bitch, fue el título de una película norteamericana que se estrenó en España con las mismas siglas, las cuales, por “intraducibles” se respetaron en las carteleras, aunque al film se le colocó entre paréntesis un subtítulo pintoresco: Sois Honrados Bandidos.
Pues bien, el diario El País (12-V-2016) acaba de publicar una editorial que alude a una primera actriz que, igual que con Fernando VII, ha pasado a ser de nuevo –con la leve recuperación económica española–, “la deseada”: la construcción. Porque ¿quién ignora que la plutocracia del ladrillo representa hoy una versión del bandidaje, así como sus ramificaciones, siendo la primera de ellas la financiera, tras la correspondiente burbuja? El descalabro que la voracidad del tocho ha provocado en el ámbito político no hace mella…
Son curiosas las camaraderías que a veces afloran en las páginas un diario que se mira a sí mismo como objetivo e independiente. El País logra serlo en muchos de sus reportajes e iniciativas, no siendo menor la tarea que –con notable erudición– desarrollan sus periodistas y colaboradores.
Sin embargo, en la crónica de 12-V-2016 el rotativo rompe con su tradición y vuelve a exhibir sus peores defectos. Empezábamos a sobreponernos de la campaña que parecía haber emprendido el diario contra Podemos, logrando quizá el efecto opuesto en la opinión pública. ¿El País agrediendo, semana sí y semana también, a una legión de oportunistas, a una panda de pseudorrevolucionarios que únicamente gente formada como Antonio Elorza –que los padeció en carne y hueso– criticaba con elocuencia? No lo entendía nadie. Las planas de El País sobreexplotaban las sangrías con vituperios constantes contra Podemos. Hace ya bastante, afortunadamente, el fuego a discreción paró. La oleada se detuvo. En Barcelona, muy sensible a lo contraproducente de algunas maniobras político-mediáticas, y sin perjuicio de afectos públicos personales, los lectores del diario lo agradecieron.
Ahora se trata de obviar que en España hay dos millones y medio de viviendas vacías. Al parecer, no “hemos pasado pantalla” y la película -o el drama- no sólo se titula mal, es que sigue siendo horrible. Se trata del parque habitacional desocupado mayor del continente, y quizá del globo. Consecuencia de un modelo de desarrollo territorial que ha reventado miles de poblaciones hispanas, que ha desfigurado hasta lo irrecuperable nuestras costas, que ha desmembrado nuestras ciudades, como la misma capital del estado, a la cual los urbanistas de prestigio tildan de “la primera ciudad latinoamericana de Europa”, con las peores connotaciones que tal calificación tiene; es decir (desde el punto de vista urbanístico), un caos entrópico de materiales y con un crecimiento “en mancha de aceite”, según la verborrea técnica, aún más eufemística. Madrid fue el centro de la operación especulativa más bestial de Occidente después de alguna perla hormigonera de la city. El pelotazo de las cuatro torres de Madrid fue la síntesis de la vergonzosa deflagración que ha barrido la piel de toro de cabo a rabo (Cataluña incluida) y que ha sido investigada hasta por la Comisión Europea.
Y de pronto, han cesado las lamentaciones. Las secuelas que han descarriado severamente nuestra economía, los intereses espúreos que han planeado décadas sobre nuestras cabezas, y que, convertidos ya en cemento, escarnecerán para siempre a nuestros ojos, y a nuestros hijos –perdón por la cacofonía– ya no son un problema. Quizá sea todo un milagro, un milagro como los que intentan atribuirse actualmente en Barcelona a Gaudí, cuya beatificación se espera para finales de este año de 2016.
Es innoble que un periódico que en su cabecera parece representar al país entero, precisamente, difunda una editorial-trampa, una editorial que desdeña un pasado colectivo antipedagógico e inmoral, que en su tribuna más relevante jalea lo más casposo y amarillento de nuestra realidad sociohistórica: el mal de la piedra.
Aznar lo consiguió. Con el pelotazo de las torres de Madrid, la edificabilidad legal del barrio era de 0,3 m² de pisos por m² de suelo, y mutó, por arte de birlibirloque, a 1,7 m² (voilà: se quintuplicó); todo por gentileza de un Ayuntamiento no exactamente permisivo, sino, vamos a decir, gallardo. Con el saleroso ‘Plan de la Castellana’ ahora, alguien pretende mejorar aquella performance.
La dimensión inmobiliaria del nuevo megaplan es monstruosa y queda reflejada en cifras. En un ámbito de 302 Ha que se extienden 3,7 km al norte de los madriles, se podrán construir 1.200.000 m² de oficinas, 165.000 m² de hoteles, 165.000 m² de comercios, 350.000 m² de equipamientos (por cierto: ¿cuáles? ¿públicos o privados?) y 542.000 m² de zonas verdes (¿sobre una losa de hormigón?). Culminan la jugada 17.000 viviendas a estrenar, de las cuales 4.000 serán protegidas (pudiendo ser vendidas a fondos buitre, con moradores dentro, si lo requiere la situación –ahogada– de los promotores).
No problem. El diario en cuestión legaliza todo mediante un prodigioso “La incertidumbre política y la mala gestión arruinan los proyectos urbanos”. Escrupulosa es la alcaldesa de Madrid, pardiez, que ha presentado objeciones a esta animalada. Con un viso aparentemente neutro, dos planas más allá, el mismo diario rubrica que no es infame, sino una operación buena para la humanidad. Los regidores de Madrid son unos aguafiestas. Y titula: “Los conflictos municipales madrileños desincentivan la inversión inmobiliaria de grandes fondos”. Y añade: “Los países que ofrecen más garantía para la inversión son los que disponen de una regulación clara y rápida para aprobar o rechazar un proyecto. El caso del Distrito Castellana Norte es ilusionante, pues es una gran oportunidad para reformar (sic) esta zona de Madrid, con una inversión evaluada en 6.000 millones de euros y una creación de 120.000 puestos de trabajo…” (no especifica de qué tipo, para no disgustar a los ingenieros superiores de sistemas informáticos).
Todo ello en el respetable El País.
Lástima que Carmena y su tropa no hayan concedido este favor, primero, a Florentino –cuyo lado salvaje está poco publicitado–, segundo, a la empresa devoraurbes llamada “San José”, tercero, a los bancos acreedores de la editora Prisa (la de El País) –putativamente interesados– , y cuarto, en general, al gran Madrid de nuestros amores, y a España entera, que se lo merece.
[Palabra de Mono Blanco]