Los textos del profesor y arquitecto Josep Maria Montaner constituyen una excelente lectura o interpretación de la ciudad condal. Nos referimos a una interpretación de hoy, porque hace ya bastantes años que el “modelo Barcelona” dió de sí lo que llevaba dentro. Ahora todo está a merced de ideas tan lineales que hasta un mono -yo mismo- podría ser alcalde. El siguiente artículo habla con pesadumbre del nuevo faro que guía a los próceres barceloneses. No hace falta que lo diga The Guardian o que lo diga Amnistía Internacional, ni el lúcido JM Montaner. Hablan los hechos: la esquina más “guarra” del mundo, la más contaminante, la más sucia, según el respetable índice de The Global Footprint Network es Catar, un país seguido por un vecindario digno del Medioevo: Kuwait y Emiratos Arabes Unidos. Las facturas del aire acondicionado de este polo de satrapías –cuyos rascacielos se perciben desde miles de metros de altura– pueden pagar la deuda de más de un país pobre de África. Y Catar, por supuesto, es el referente del ayuntamiento BCN y, en especial, del concejal Vives, quien de urbanista y de escritor tiene lo que un servidor de macaco. Hace nada este mismo sujeto, Vives el vivales, comerciaba con yates de lujo en Montecarlo. Ay que el Titánic parece realmente hundido.
El modelo Catar – Barcelona tiene crecientes vínculos con el emirato, pero no puede ignorar las grandes injusticias de su modelo social
Es evidente la riqueza y potencia emergente del emirato de Qatar, con la política expansiva de su imagen y sus inversiones, algunas de ellas ya en Barcelona. Sus fuerzas armadas (QAFID) han adquirido recientemente el hotel Renaissance y el fondo Qatarí Diar ha invertido 200 millones de euros en el hotel W, antes Vela. Su compañía aérea oficial, Qatar Airways, es la imagen omnipresente del Fútbol Club Barcelona, incluido el anuncio internacional con los jugadores del Barça promocionando el pretendido paraíso de Qatar. Todo ello hace que nos preguntemos sobre este país y sobre su capital, Doha.
Hace ya meses que se extiende la polémica en torno a la preparación del Mundial de Fútbol de 2022. Dos líneas de informes, del diario británico The Guardian desde septiembre de 2013, y de Amnistía Internacional, que lo presenta en su publicación del pasado enero, argumentan lo que ya se intuye en una visita rápida a la ciudad de Doha. Esta ciudad genérica, que crece como una gran maqueta sin memoria, llena de hoteles, rascacielos corporativos, barrios de lujo, museos y estadios, proyectados algunos de ellos por Jean Nouvel, Rem Koolhaas y otros; esta ciudad del control omnipresente, fría dentro de los vehículos y ardiente en las avenidas llenas de operarios en el extremadamente caluroso clima catarí; dentro de una sociedad tradicional y clasista, bastante machista, que excluye a las mujeres debajo del anonimato de sus abayas e hijabs negros y tupidos, se basa en un sistema que esclaviza e invisibiliza a más de un millón de trabajadores migrantes.
Según estas informaciones, la que será la sede de la Copa de Mundo de Fútbol de 2022, incumple los derechos humanos. El 90% de los trabajadores, procedentes de India, Pakistán, Nepal, Sri Lanka, Irán, Egipto y Filipinas tienen el pasaporte requisado por sus empleadores; el 56% no cuenta con la tarjeta sanitaria necesaria para acceder a los hospitales públicos; el 21% “a veces, raramente o nunca” recibe su salario; el 20% obtiene un salario más bajo del prometido, y el 15% tiene un puesto diferente del que le habían asegurado, presenta textualmente el informe de Amnistía Internacional. Los trabajadores migrantes, que constituyen el 94% de la mano de obra, carecen del derecho de sindicación, derecho que sí tienen los trabajadores originarios de Qatar.
Con estas condiciones de trabajo, abusivas y precarias, proliferan los accidentes: la media se aproxima a un accidente mortal en las obras cada uno o dos días. Entre 2010 y 2012 consta que fallecieron entre 500 y 700 trabajadores indios; y The Guardian informó que entre el 4 de junio y el 8 de agosto de 2013 murieron 44 nepaleses. La Confederación Sindical Internacional (ITC) calcula que, a lo largo de estos años hasta el inicio del mundial de fútbol, podrían llegar a ser unos 4.000 los fallecidos en accidentes laborales en las obras públicas e infraestructuras, más una gran cantidad de heridos, lesionados y discapacitados. No solo se mueren en accidente laboral, también de ataques al corazón, de suicidios por desesperación o al desfallecer por las malas condiciones de vida: insuficientes horas de descanso, mala alimentación, hacinamiento en viviendas, entornos contaminados y escaso soporte sanitario.
¿Barcelona, una ciudad que ha sido referente por su urbanismo, necesita tomar como modelo la imagen de Doha? ¿Tiene sentido admirar un sucedáneo de ciudad que está siguiendo lo peor de nuestro modelo de desarrollo insostenible? ¿Vamos a cerrar los ojos ante la denuncia de constantes y graves abusos en el sector de la construcción de dicho país? Cuestionada Zaha Hadid, autora del gran estadio Al Wakrah para el Mundial, sobre si no le preocupa que haya accidentes mortales en su obra, ha declarado que ella, como arquitecta, no puede hacer nada y que le preocupan mucho más los muertos en su Irak natal.
Es cierto que Doha nos queda un poco lejos, pero sus inversores y su marca ya están entre nosotros y va ser el centro en el Mundial de 2022. Por lo tanto, tenemos una cierta responsabilidad en apoyar lo que Amnistía Internacional argumenta en su campaña: pedir que el Gobierno de Qatar tome realmente medidas urgentes para que se respeten los derechos humanos y se hagan cumplir las leyes y los contratos; y exigir a las empresas constructoras que abusan de los trabajadores, contratados y subcontratados, que cesen en ello y cumplan las leyes.
Nuestro mundo de opulencia y comodidades se ha basado y se basa en no mirar la trastienda global de la explotación, extendida por muchos países. Pero en este caso se ha establecido una relación tan directa entre Qatar y Barcelona ciudad y club de fútbol que se hace difícil mirar solo su imagen representativa, que intenta convertirse en un referente simpático, y no hacerse eco de esta polémica que pone sobre la mesa los mecanismos de enriquecimiento con la explotación de los recursos y de las personas.
[Palabra de Mono Blanco]