(29 de febrero de 2012)
Desde tiempos inmemoriales, en las letras inglesas existe el género humorístico “campus de la Universidad”. La vida académica y sus múltiples dislates son el punto de mira de escritores como David Lodge, que han hecho de esta tradición un filón literario. Por ejemplo (he aquí un argumento): en una fiesta del curso un profesor entabla conversación con una chica, aunque “conversación” sea un eufemismo –eufemismo: recurso retórico que habría que explicar a muchos estudiantes– porque el ruido infernal del contexto impide que el profesor se entere de una sóla palabra, ni del compromiso que adquiere de tutelar la tesis de la joven, por lo demás muy atractiva. De hecho, la vista es lo único que puede ejercitar el profesor en esa reunión; el oído, imposible, por el escándalo y porque además el académico sordea un poco. Pese a su cordura, en los días a venir el escolástico se lanza a una persecución agobiante de la joven alumna, e intenta seducirla, y ésta, lejos de sentirse molesta, se deja llevar, y pasa a enriquecer –en la novela de que hablamos– la bibliografía de la histeria lacaniana, es decir, la de los deseos insatisfechos y cambiantes típicos de una conducta narcisista, imprevisible y neurótica. El profesor jubilado casi enloquece.
Otra historia del mismo autor presenta un grupo de profesores de literatura inglesa en una universidad de provincias. Son noveles, y deciden jugar a un juego llamado “Humillación”, que consiste en que cada uno confiesa un libro básico que todo el mundo debería haber leído –y más, expertos en la materia como ellos– pero que no han leído realmente. Uno de los profesores eufórico, animado por el juego, reconoce en cierto momento que no ha leído nunca Hamlet. El juego finaliza de modo abrupto, y al dia siguiente es despedido.
Y ahora a lo nuestro, a la universitat catalana y/o española, quizá alejada de las figuras hilarantes (en el fondo secundarias, como las tesis), pero nunca de los políticos, los cuales han dejado vaciar la caja y tienen la sartén por el mango. Visualicemos el semblante de un Mas-Colell protagonista de Els Segadors, dándole dos tijeretazos a la ‘U’ de la bolsa universitaria, volteándola y convirtiéndola en una ‘M’. La candidez ficticia, sarcástica, era uno de los atributos de los guardias de Auschwitz, según nos cuenta Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura 2002, en “Liquidación”, su novela más significativa. Recordemos también a Philip Roth y a su alumno aventajado, en el relato “Indignación”, estupefacto por las cosas que pasan en la universidad. En la novela de Roth el alumno se rebela y es expulsado. Por su parte, Miguel de Cervantes escribió unas Novelas Ejemplares, y es que a veces los títulos, como los prólogos, se deslizan por la historia y tienen un destino magnífico, y no nos referimos al Rector.
Quizá esto sea un prólogo (a la huelga prevista para hoy 29-II-2012), pero Borges sugirió un libro que “constaría de una serie de prólogos de libros que no existen”, en un sentido parecido a lo que es la universidad realmente en España, un prólogo que se prologa a sí mismo sobre una obra inconsútil, y sobre la que no se encuentra el bistec: algo sin estructura administrativa coherente, sin sueldos dignos, y sin meollo científico. Los estudiantes matriculados, por consiguiente -que diría Felipe González-, son fatalistas a lo Jacques le Fataliste, es decir, sólo atienden a la picaresca.
Ante este panorama, cualquier broma, aun siendo literaria, resulta pesada. La conclusión es que la novela satírica en este país es incultivable en el jardín de la academia. Que la realidad supera a la ficción es decir un mucho en este apartado, por lo que vayamos con pies de plomo y adoptemos aires goyescos; no nos referimos al bandolerismo catalán –un tipismo casi coetáneo del pintor de Fuendetodos–, sino a los dibujos más negros de la Quinta del Sordo. No está bien esgrimir una novela, ni un preámbulo, ni nada de nada, ante un ser agonizante, sólo para reírse: es mejor inscribirse o matricularse en nuestra universidad paupérrima, misérrima, valleinclanesca y roñosa, y chequear directamente el remate de la faena.
(Efectivamente, la tortilla ha dado la vuelta y ahora Els Segadors son los políticos, que cantan y cantan y cantan…)
A los pobres docentes y discentes que sufren el plan Bolonia: sperano impetrare da Dio miserichordia…
[Palabra de Mono Blanco]