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Las satrapías del golfo

Octubre 2023

Por fin hemos caído del caballo con los rusos. Por fin hemos caído en la cuenta de que los llamados “putines” no eran una nueva clase de pasta, sino una cleptocracia que somete a su país a los máximos niveles de depravación: manejo total de las personas, de los medios, de la policía, de los jueces, etc.

La invasión de Ucrania nos abrió los ojos.

En cambio, para estupefacción de curiosos, con los regímenes árabes seguimos siendo indulgentes. La ceguera es persistente, crónica, y alguien tiene que decir que el rey Salmán bin Abdulaziz (de Arabia Saudí) es una figura feudal, como surgida del fondo de la historia, y que está desnudo. Una cosa es tener que comprarles la gasolina para mover nuestros vehículos o nuestras centrales de energía. No hay más remedio.

¿Pero, y el resto? ¿Es indispensable?

Hace poco el periodista y escritor Paco Cerdá denunciaba en la prensa el escándalo del fútbol patrocinado por jeques con túnica y harén. El deporte más popular en Occidente ostenta el lema del “respeto” colado por sus responsables de marketing. Sin embargo, la retransmisión, la difusión y la exhibición de la mayoría de partidos está paradójicamante costeada por personajes salidos de la negrura más honda de la humanidad. El atuendo de estos sponsors del fútbol en la sombra es igual al de los personajes de las escrituras bíblicas. Apenas ha variado. Y el respeto a la mujer y sus derechos en estos países es equiparable al derecho de pernada en la Europa del siglo XII.

La diferencia entre la Biblia y el Corán es sustancial. La Biblia contiene preceptos religiosos, y acaso éticos, para afines y simpatizantes, como el Papa de Roma; pero aquí se detiene el asunto: desde hace varios siglos, el texto bíblico no cuenta jurídicamente. El Corán, por el contrario, además de dictar una disciplina religiosa que siguen millones de personas, resulta ser el código penal de muchos países árabes, de modo que los delitos se rigen por el Corán, ahora, en pleno siglo XXI. Verbigracia: los “jueces” de Quatar, un estado que se jacta de ser uno de los territorios más adelantados de la media luna, conceden sistemáticamente el doble de valor al testimonio de un hombre que al de una mujer, cuando ambos instan un procedimiento de divorcio o de separación. Para empatar con el testimonio del hombre, en Qatar, actualmente, ella necesita dos testimonios, al menos: el suyo y otro más. ¡Y con eso, empatan! La mujer que pleitea contra un hombre en Qatar –por poner un caso– siempre lo hace en inferioridad de condiciones: necesita tres testimonios favorables contra uno de él, para que un supuesto “juez” (en materia civil o penal) mueva un dedo.

Pero la cosa es más grave. El escándalo lo tenemos al lado; no hace falta irse al Golfo.

Mohhamed VI, rey de Marruecos, donde rige la ley sálica -que impide reinar a las mujeres-, representa un estado de cosas igualmente perverso. Posee uno de los mayores patrimonios de África, y es el jefe del Gobierno, del poder judicial, de las Fuerzas Armadas y líder religioso; también es el máximo accionista del Grupo ONA (telecomunicaciones, minería, sector bancario, energía, agroindustria). Sus caudales ascienden a 5 mil millones de euros, por lo que ha alcanzado el puesto 18 de la lista Forbes. Cuenta con 600 coches, dos aviones privados, un yate, 12 palacios, un hotel de lujo, joyas. Tiene más de mil sirvientes, los cuales cobran un millón de euros al día. Además de un gran edificio en Rabat, Mohamed VI es el dueño del hotel Royal Mansour, en Marrakech, atendido por 500 empleados. También es el dueño del Badis I, un megayate de 70 metros de eslora.

Sabemos que este enfoque tiránico, decrépito en la historia, opresor, que llena las pateras de gente desesperada, está peligrosamente cerca de nuestra geografía. Uno sólo tiene que atravesar el mar de Alborán para atisbarlo. La cuestión es que Marruecos es peccata minuta comparado con las satrapías del Golfo Pérsico.

El escándalo es increíble. El quinqui-facineroso del Luis Rubiales vendiendo partidos de los campeonatos españoles de fútbol a Arabia Saudí, asociándose con la empresa de Gerard Piqué (pícaro, o pseudo-delincuente), y nadie dice ni mu. Nuestros parlamentarios miran la luna. Se sabe que Piqué mostró inclinación, incluso, a negociar con el rey emérito español (maleante fiscal, en Abu Dabi) por si fuera conveniente lograr mejor “mediación” en el chanchullo anterior, cuyo resultado alucinante –sin objecciones relevantes en la opinión pública, ni en la clase política–  fue que la final del la SuperCopa de España se juegue en Riad. ¿En Riad? En 2024, se jugará allí por tercer año consecutivo.

¿Cómo es posible tanta alienación, sin que nadie rechiste?

¿Es sólo candidez frente al colapso de los derechos humanos más fundamentales?

¿Es apocamiento?

Resulta que los países de golfo son los más contaminantes del mundo, per cápita. En la web ‘The Global Footprint Network’ puede comprobarse que los países más sucios, los regímenes más “guarros”, los territorios más puercos del orbe –per cápita– son precisamente Qatar, Emiratos Árabes Unidos, AbuDabi… Todos están muy por encima de la mierda que tiran a la atmósfera Rusia, China o los EEUU. Las cifras son de locura. Muy recientemente, alguno de estos sistemas despóticos, es decir, familias o clanes que controlan con mano de hierro los medios, la política y las finanzas, han empezado a instalar sus primeros campos solares. Tímidamente, en los últimos meses, parece que hay alguna plaquita solar por el desierto. El caso es que siguen quemando petróleo en cantidades gigantescas, lo siguen extrayendo de la tierra como descosidos, entre otras razones, para cubrir las necesidades energéticas de sus propios rascacielos, aquellos de los que hacen gala en sus downtowns, o para hacer funcionar sus pistas de esquí entre las dunas (!), o para pagar proyectos urbanísticos aberrantes, supuestamente confortables, enmedio de la arena y con un calor inhumano. La factura anual del aire acondicionado de Qatar equivale al producto interior bruto de Ghana.

¿Cómo es posible tanta alienación, tanta demencia?

Veamos. En Barcelona, en los hospitales de la parte alta de la ciudad, hay médicos especialistas que se embolsan fortunas por sus diagnósticos (habiéndose formado muchos en la sanidad pública) y que se vanaglorian de tener entre sus pacientes, por ejemplo, a “emiratís” (pronúnciese el gentilicio con un plus de afectación): “yo tengo emiratís, ¿qué te parece?” Si esta frivolidad se da entre profesionales y colegas –supuestamente prestigiosos– matriculados en la universidad un mínimo de seis años, y a los que se les presume un nivel intelectual y un código deontológico de los más antiguos del mundo, entonces…

–Pues oye, un príncipe (que llegó a Barcelona en su jet) me viene y me pide consejo sobre la próstata, y le he cobrado lo que no te puedes imaginar.

–¡Más de un riñón!

–Correcto. Como bonus, con la chilaba me ha barrido la clínica…


Link relacionado (Enero 2024):
Sportwashing


[Palabra de Monoblanco]



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