(Mayo 2010)
Un diario español acaba de publicar un artículo escalofriante sobre los negocios que mantiene Laporta (presidente del FC Barcelona) con la dictadura del Uzbekistán, uno de los peores países del orbe, con una tiranía depravada bajo la que existe la tortura y el esclavismo, incluido el trabajo infantil. Si el periodista firmante -que goza de cierta fama- está en lo cierto, entonces el logo benemérito de la Unicef que exhiben los futbolistas más famosos del mundo tiene truco…
A Joan Laporta, el presidente del FC Barcelona, le costaba creer que el señor de al lado iba en serio. Le había hablado de él unos días antes un conocido, Bayram Tutumlu, en el palco del Camp Nou, el estadio del Barcelona. Tutumlu, agente turco de futbolistas, le había dicho que el señor, de nacionalidad uzbeca, representaba a una empresa potente que quería hacer negocios con el Barcelona. Laporta se interesó y Tutumlu organizó una comida en el Via Veneto, un lujoso restaurante en la zona alta de la capital catalana. Según Tutumlu, la reacción de Laporta cuando vio al empresario de Asia Central, vestido de manera poco elegante y con colores que desentonaban, fue escéptica. “Pero ¿este tío tiene pasta?”, le murmuró al oído a Tutumlu en español, idioma que desconocía el uzbeco, Miraldil Djalalov.
La sorpresa para Laporta fue descubrir que sí, que la tenía. Djalalov era, de hecho, el hombre de paja de la más intrigante, atractiva y rica Gulnara Karimova, hija de Islam Karímov, presidente de Uzbekistán desde 1990, y dueña de un conglomerado uzbeco llamado Zeromax, registrado en Suiza, cuyas empresas operan en casi todas las esferas económicas de su país, entre ellas la minería, el transporte y la agricultura. Zeromax también controlaba el club de fútbol más fuerte de Uzbekistán, el FC Bunyodkor, conocido por los aficionados uzbecos como “el equipo de la hija del presidente”.
La grata comida en el Via Veneto fue el 16 de mayo de 2008. En la segunda semana de agosto del mismo año Laporta hizo su primer viaje a Tashkent, la capital de Uzbekistán, donde fue recibido con honores de un jefe de Estado. En ésta y en visitas posteriores al país asiático, su anfitriona fue Gulnara Karimova, autoproclamada “princesa de los uzbecos”, mujer con un currículo extraordinario. Parte princesa Diana, parte Sarah Palin, parte chica Bond, parte Cruella de Vil, tiene 37 años, posee un doctorado en Ciencias Políticas y un máster de la Universidad de Harvard; diseña joyería para la casa suiza Chopard; tiene su propia marca de moda y de diseño, llamada Guli; participa en proyectos caritativos para el desarrollo de la mujer y de los jóvenes; es cantante de pop, papel en el que cambia su nombre por el de GooGoosha (en su página web, www.gulnarakarimova.com, se puede acceder a una versión suya de ‘Bésame mucho’ con Julio Iglesias), se han publicado historias sobre ella en Vogue, Harper’s y Hello!, se ha fotografiado junto a algunas de las personas más famosas del mundo (entre ellas Elton John y el ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton). A finales del año pasado, Karimova, la mujer de negocios (Zeromax es la empresa más diversificada y más grande de su país), fue nombrada por una revista de Ginebra una de las 10 mujeres más ricas de Suiza, país donde ejerce de embajadora de Uzbekistán ante la ONU, con una fortuna estimada en más (algunos dicen que mucho más) de quinientos millones de euros. En abril de este año presentó sus credenciales ante el rey de España como embajadora de su país en Madrid.
Karimova también ha sido descrita por la revista Foreign Policy, de Estados Unidos, como “una de las peores hijas del mundo”. En un artículo sobre ella publicado en esta revista, un analista de Asia Central explicó: “Zeromax es esencialmente una de las fachadas detrás de la cual Gulnara Karimova continúa consolidando su control sobre todas las fuentes de ingresos de su país por cualquier medio que ella considere necesario”.
El régimen que preside su padre es considerado por las principales organizaciones internacionales de derechos humanos como uno de los más corruptos del mundo. Más allá de la tortura, el asesinato y la intimidación como herramientas institucionales de persuasión, con el fin de perpetuar el poder y la riqueza de la élite de Gobierno, lo que distingue a Uzbekistán es el abuso sistemático de los niños, millones de los cuales han sido obligados a trabajar como esclavos en la cosecha del algodón, principal fuente de ingresos de la “atroz” “mafia-estado” uzbeca, según la definición del último informe sobre el país de Human Rights Watch.
El presidente Laporta, que ha declinado contestar a las preguntas de este diario, aparentemente no tomó estas consideraciones en cuenta a la hora de firmar acuerdos millonarios a nombre del FC Barcelona con Gulnara Karimova, que tampoco ha contestado a preguntas de este diario, y su club de fútbol, el Bunyodkor. El club catalán, patrocinado por la agencia de Naciones Unidas para la defensa de los niños (Unicef), selló un acuerdo de hermandad con el Bunyodkor en aquella visita de Laporta a Tashkent en agosto de 2008. Pero el dinero va todo en una dirección. El Bunyodkor, financiado por las arcas de Zeromax, ha pagado cinco millones de euros al Barcelona a cambio de dos partidos amistosos con los equipos de fútbol de ambos clubes, uno de los cuales se disputó en enero de 2009 en Barcelona; el de vuelta, en Tashkent, sigue pendiente. Tres millones de euros más se ingresaron al Barcelona tras visitas hechas a Uzbekistán por tres jugadores del club -Messi, Puyol e Iniesta-, que participaron en campamentos con jugadores jóvenes del Bunyodkor.
El Barcelona es el único club extranjero que tiene vínculos comerciales con el equipo de Karimova, pero jugadores de otros clubes importantes europeos también han recibido grandes cantidades de dinero a cambio de bendecir con su presencia al Bunyodkor, entre ellos Cesc Fábregas del Arsenal de Londres y Cristiano Ronaldo (en diciembre del año pasado) del Real Madrid. Rivaldo, el jugador brasileño que jugó cinco años en el Barcelona, actualmente milita en las filas del Bunyodkor.
Entre otros famosos que han sido incapaces de resistir las tentaciones económicas de Karimova están los cantantes Julio Iglesias, Rod Stewart y Sting. Hubo un revuelo en la prensa británica cuando se supo a finales del año pasado que Sting, conocido -como el Barcelona- por sus asociaciones con causas humanitarias, había aceptado entre uno y dos millones de libras para cantar en Tashkent. “¿Por qué Sting está aceptando dinero de un dictador, a través de la hija del dictador?”, preguntó The Guardian, perplejo también porque Sting había sugerido que el recital había sido patrocinado por Unicef, cosa que Unicef niega rotundamente.
¿Cómo es la dictadura uzbeca? Veronika Szente Goldston, experta en Asia Central de Human Rights Watch, declara: “Clasificamos a Uzbekistán entre los Gobiernos más represivos y sanguinarios del mundo. Casi al mismo nivel que Birmania o Corea del Norte. Es un infierno para los derechos humanos”. Especialmente notorio fue el caso de la ciudad de Andijan, en 2005, cuando una unidad motorizada de efectivos armados del Estado abrió fuego contra una multitud de manifestantes y mató a cientos de hombres, mujeres y niños. La comunidad internacional ha clamado por una investigación independiente internacional, pero a día de hoy el Gobierno se ha negado y no ha hecho nada, que se sepa, para esclarecer los hechos.
Una investigación que sí dio fruto, en 2002, fue un análisis forense de dos víctimas del régimen solicitado por la Embajada británica. La conclusión fue que los dos habían sido hervidos vivos. La práctica de la tortura es sistemática. Surat Ikramov, que encabeza el Initiative Group of Independent Human Rights Defenders de Uzbekistán, dice que la ‘operatviniki’, nombre coloquial para la policía del Estado, “ve la tortura como parte rutinaria de su trabajo en un sistema cuyo objetivo es extraer confesiones y crear miedo entre la población”.
Naciones Unidas y Amnesty International condenaron en informes publicados el año pasado “el persistente deterioro” de la situación de derechos humanos en Uzbekistán. El propio Departamento de Estado norteamericano, cuyos militares utilizan Uzbekistán como puente logístico para sus operaciones en Afganistán con la cooperación de la empresa de Gulnara Karimova, no ha podido evitar unirse al repudio general hacia el régimen uzbeco. En su más reciente informe sobre derechos humanos, el Departamento de Estado lamentó la situación en Asia Central en general, y en Uzbekistán muy en particular, señalando con especial énfasis el sistema estatal de trabajo forzado de niños en la industria del algodón.
Un informe a fondo (entre muchos) del Environmental Justice Foundation titulado ‘Nación Esclava’ cuenta que al menos un millón de niños, los más pequeños de 10 años, son anualmente sacados del colegio en septiembre por la policía y obligados a trabajar, como los esclavos del sur de Estados Unidos en el siglo XIX, en la cosecha del algodón. Es un trabajo muy duro y cada niño debe cumplir una cuota diaria en kilos. Muchos de ellos viven lejos de sus casas durante la cosecha, instalados en escuálidos campamentos. Malnutridos, muchos enferman. Las tierras son del Estado, cuyos jefes se llevan pingües beneficios. Uzbekistán es el tercer exportador de algodón del mundo e ingresa mil millones de euros anuales de las ventas de este producto, principalmente a Asia. (Varias grandes empresas de Occidente han boicoteado la compra de algodón uzbeco).
Andrew Stroehlein, experto en Uzbekistán del respetado ‘think tank’ International Crisis Group, con base en Bruselas, dice que se trata de “un sistema masivo de explotación, el ejemplo más grande de abuso sistemático de niños dirigido por un Estado en el mundo”. Zeromax, según Stroehlein, es una de las empresas que se enriquece con el algodón, la fuente de más ingresos para el régimen uzbeco.
Entrevistas con personas en Estados Unidos, Reino Unido y Bélgica que conocen de primera mano las operaciones comerciales del régimen uzbeco, entre ellos empleados de Naciones Unidas y exiliados uzbecos que huyeron de su país temiendo por sus vidas, retrataron al presidente Islam Karímov como el capo di tutti capi de una mafia compuesta de unas veinte familias cuyo objetivo es robar todo lo que hay para robar a los 28 millones de habitantes de su país.
Craig Murray, el ex embajador británico que ordenó el examen post mórtem de las dos personas hervidas vivas y autor del libro ‘Asesinato en Samarcanda’, señala a la Karimova como encargada oficial de sacar de su país el dinero que “la cruel y rapaz familia Karímov exprime de su gente”.
Gulnara Karimova es el brazo derecho de su padre. “Su control sobre Zeromax depende totalmente del apoyo del aparato estatal, todas cuyas agencias están a sus órdenes”, explicó un exiliado uzbeco que conoce de cerca cómo funciona la macroempresa con la que tratan tan lindamente Joan Laporta y el FC Barcelona. “Todos saben, claro, que detrás está siempre su padre, y de esta manera ha construido su imperio. Es lista, feroz, astuta”.
Según una persona uzbeca que la conoce muy bien, es “caótica, temperamental y caprichosa: una niña malcriada que se enfurece si las cosas no salen exactamente como ella quiere”. La furia de Karimova tiene su precio. Scott Horton, un abogado estadounidense que ha trabajado para el Banco Mundial en Uzbekistán, dice que las consecuencias de no sucumbir a los caprichos adquisitivos pueden ser nefastas. “Si te llega a percibir como un enemigo, la consecuencia es que se te criminaliza, te encarcelan, torturan e incluso matan”.
En opinión de algunos analistas extranjeros, el objetivo de Karimova es suceder a su padre en la presidencia. Un uzbeco que la conoce muy bien discrepa: “Su plan es sacar todo el dinero que pueda de Uzbekistán y vivir una vida de glamour en Londres, Hollywood, Ginebra, Madrid y Barcelona”.
Parte de la oferta de glamour consiste en asociarse con el club de fútbol más glamuroso de la tierra, el FC Barcelona, cuyo presidente no ha querido hablar a EL PAÍS de su relación con ella, pero, según fuentes cercanas a él en Barcelona, tienen una conexión “estrechísima”. Por un lado, se han visto a menudo en, entre otros lugares, Tashkent, Barcelona, Ginebra y Milán, donde acudieron juntos a la Semana de la Moda en octubre del año pasado. Por otro, está el beneficio financiero que ha obtenido el Barcelona y Laporta de su acercamiento a la dudosa empresa que ella controla, Zeromax.
Hace poco, Laporta exhibía a sus allegados un reloj de pulsera de 200.000 euros, regalo personal de Karimova, según sus palabras.
El bufete de abogados Laporta & Arbós actuó, como es conocido, a favor de Zeromax el año pasado en su intento de comprar el Real Club Deportivo Mallorca a comienzos de 2009. Laporta pretendió cobrar una comisión que, en caso de que se hubiera llevado a cabo la operación, le hubiera reportado unos cuatro millones de euros. La mediación de Laporta en este caso fue duramente criticada en los medios, y condujo a la renuncia de varios directivos del Barcelona, debido a la percepción de que se había aprovechado de su cargo como presidente del Barcelona con ánimo de lucro personal.
Bayram Tutumlu, que conoce a Laporta hace años y hace pocas semanas retiró una querella judicial contra él por supuesto incumplimiento de pago, dijo del presidente del Barcelona: “Está obsesionado por el dinero. Allí donde lo ve, aunque sea en una piscina llena de tiburones, se tira”.
El problema más grave que ven varios antiguos directivos del Barcelona, algunos de ellos asociados en su día con Laporta, es que -de hecho- ha lanzado el propio club a los tiburones; ha inflingido un serio daño a la imagen del club al asociarlo fraternal y comercialmente con el Bunyodkor, la expresión futbolística del Estado mafioso, criminal y abusador de niños sobre el que la familia Karímov ejerce un control absoluto. El FC Barcelona es admirado en todo el mundo no sólo por su fútbol, sino también por haber desdeñado -en teoría- las ofertas de grandes multinacionales, y haber optado por lucir en su camiseta el nombre de Unicef, “la agencia de Naciones Unidas que tiene como objetivo garantizar el cumplimiento de los derechos de la infancia”, según se define oficialmente.
En la página web del FC Barcelona se expresan sentimientos acordes con los que guían a Unicef. “El FC Barcelona es más que un club para muchas personas del resto del Estado español que vieron en el Barça un firme defensor de los derechos y las libertades democráticas… Hay que globalizar al Barça solidario y humanitario”.
Gracias a la conexión entre Laporta y Karimova, la extensión de la globalización solidaria y humanitaria del Barcelona a un régimen que está en primera fila de los violadores de derechos humanos del mundo ha provocado la ira de todos aquellos que luchan para que la infame situación de Uzbekistán sea más conocida en el mundo, y para que se meta presión internacional al régimen Karímov.
Craig Murray, ex embajador británico en Uzbekistán, lo expresó de esta manera: “Estoy completamente horrorizado con la actitud del presidente del Barcelona. Es como haberse asociado con Adolf Hitler para promover un equipo de fútbol en Berlín durante los años treinta. Realmente es asombrosa, incluso en el mundo loco por el dinero del fútbol, tanta ceguera ante la inmoralidad”.
El cantante Sting se arrepintió, después de que la prensa cargara contra él, de su conexión uzbeca y reconoció que el presidente Karímov tenía una reputación “horripilante” en el terreno de los derechos humanos, declaración que provocó la furia de su amiga Karimova y condujo a la prohibición de sus canciones en las radios uzbecas.
Joan Laporta mira el reloj y guarda silencio sobre su amistad y sus relaciones comerciales con el clan de la Karimova, con la que -concretamente- se especula que le une una relación personal más íntima. Pero Laporta sigue machacando en público, sin pelos en la lengua, el papel de su club como estandarte de los mejores valores humanos. En una entrevista con El Mundo en enero pasado, 16 meses después de que el régimen uzbeco le recibiera con relumbre y pompa, nuestro hombre, que tiene ambiciones políticas, declaró, sin la más mínima ironía, y con la mayor de las desenvolturas: “El Barça encarna la épica que guía a la libertad a los pueblos sometidos”.
[Palabra de Mono Blanco]