(Marzo 2010)
Estamos hartos. En esta ocasión le toca a La Rotonda, una simpática construcción de la parte alta de Barcelona coronada por una glorieta que da su tradicional fisonomía a la zona. La que había sido ha sido la casa de Salvador Andreu (el doctor Andreu) resulta que se convertirá en un brutal bloque de oficinas por gentileza de José Luis Núñez y Navarro. La Rotonda es un histórico edificio situado en la confluencia del paseo de Sant Gervasi con la avenida del Tibidabo, un emblema de la ciudad, el lugar exacto donde arranca el Tramvia Blau.
Hay una plataforma ciudadana con centenares de firmas contra la colmatación del volumen edificable, con todos los metros cúbicos posibles. Los vecinos, aterrados, estupefactos ante la amenaza de una transformación última y letal de lo que hasta ahora era un digno edificio -con diferentes utilidades a lo largo del tiempo-, creen que es un insulto a un enclave protegido del barrio, mientras el Ayuntamiento de Barcelona mantiene que todo está bien, que el expediente es legal y que, a la espera de un informe de ‘Patrimonio’ (nido de funcionarios indulgente con auténticas aberraciones), es de prever que la obra no tendrá problemas. El edificio se halla inscrito en el catálogo histórico-artístico, aunque los catálogos los publica ‘Patrimonio’, y, en cualquier caso, no es la primera vez que acepta engendros en sitios clave, perpetrados con la ayuda de la municipalidad bajo no se sabe qué pactos.
La Rotonda echó a andar como proyecto en 1900. Salvador Andreu quería construir una casita que acabó, en 1910, siendo una casona de tres plantas y jardín, obra del arquitecto Ruiz Casamitjana. El edificio fue reformado en los años 30 por Enric Sagnier, y luego en los 50 por un pariente suyo, arquitectos de aquella burguesía barcelonesa tan distinguida, volcados en construir lo que fuera, pero siempre -hay que confesarlo- con tacto y sentido de las proporciones. La reforma última se produjo en los 70, firmada por un tal J. Esteban, evidentemente más prosaico, y con objeto de adaptar el edificio a usos hospitalarios. La Rotonda se fue deteriorando progresivamente, y cayó en el abandono. Ahora, los ediles, en vez de invitar al rescate de este edificio-icono para afinar sus formas delicadas y elegantes, y vaciar el caos interno provocado por antiguos usos, apilados como un palimsesto, ahora, con alevosía, deja la iniciativa al buitre inmobiliario más voraz de Cataluña, que quiere obviamente rebañar la tostada embutiéndole ladrillos hasta el último rincón. El señor Núñez planea “transformar” la grácil Rotonda en 11.000 metros cuadrados puros y duros, es decir, en un edificio de oficinas con una volumetría máxima.
Esa edificabilidad –se excusa el Ayuntamiento– es el tope que permiten las normas urbanísticas. Como el edificio está catalogado, el promotor ha dispuesto volúmenes retranqueados en varias plantas, a la manera de la célebre ordenanza de Nueva York, para evitar el sobrevuelo de la altura de la fachada. “Una colmatación que tendrá un impacto de órdago”, sostiene la señora Àngels García, de la plataforma de vecinos.
El proyecto ha superado los controles pertinentes. Fue aprobado por el distrito de Sarrià-Sant Gervasi, que acotó en teoría las partes superiores del edificio, sin decir nada del estrangulamiento del antaño holgado patio interno, por el que respiraba el edificio. Esto y la sobreconstrucción “reventaire”, no quedan disimulados precisamente en la maqueta que aparece en la documentación del área de Urbanismo del Consistorio: los cuerpos superiores, inferiores, colaterales, periféricos, estratosféricos, etc., dan una apariencia bestial al mamotreto. Las recomendaciones de Sarrià fueron tenidas en cuenta, alegan en Urbanismo. El gerente del área, Ramon Messeguer, asegura que el proyecto se ajusta a la legalidad. “Es cierto, agota la edificabilidad, pero ello es legítimo. Opinen sobre si les gusta o no, nada más”, amonestaron a los periodistas.
Pues bien, nosotros opinamos que este abuso es un delito, y daña la firma de Alfredo Arribas, autor del hiperaprovechamiento, quien, como todos los arquitectos actuales, y siendo diplomáticos, seguramente va “curt de feina”. Para este artista (con trabajos premiados, experto en vinos y arquitectura japonesa), la lectura que hace la plataforma vecinal no tiene base. “Mi intervención enaltece la Rotonda, pues la edificabilidad se ordena de una manera suave y armoniosa” -afirma con aplomo, y sin revelar sus honorarios, directamente proporcionales a la rentabilidad explotada al límite. Que se callen los vecinos, insulsos, ignorantes y zopencos.
[Palabra de Mono Blanco]