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Software pirata

(Septiembre 2014)

Es cierto que “la diferencia que pueda existir entre un mongol y un catalán, por ejemplo, es nula si se compara con la diferencia que existe entre un castellano y una acacia, o entre un zulú y una gacela”. Y que “lo que nos caracteriza como seres humanos no es una lengua determinada, sino la capacidad de usar libremente cualquier lenguaje, frente a la indigencia de los seres inanimados o animados que, para su desgracia o su sosiego, no conocen esa libertad ni ese regalo” (Jordi Llovet, 2012).

¡De acuerdo con el profesor! Pero esta humilde gacetilla siempre ha defendido que el idioma castellano es un software muy potente que se extiende en red y que todas sus tecnologías derivadas deberían tener de nuevo su centro en Barcelona, volver al redil, volver a la ciudad condal, polo o nodo de donde no debieron salir nunca. Repetimos que es absurdo que un lugar que hace sólo cuatrocientos años era un villorrio (Madrid) se quede con los beneficios mundiales de la explotación intelectual de una lengua milenaria. El castellano –artefacto hoy abstracto, refinado, sin nada genuino de Madrid– merece hospedarse en una ciudad con una civilización a sus espaldas, y con lengua propia.

Dicho de manera contundente: la Real Academia de la Lengua –incluso en caso de dudar que sea “Real”, o incluso que sea “Academia”–, tendría que residir pragmáticamente en Barcelona, lugar histórico donde se ha usado siempre un castellano más puro, más legítimo, más libre de casticismos, emancipado de flexiones comarcales y de modismos latinoamericanos (singularidades todas, por otra parte, valiosísimas y que decantan un núcleo que enriquece la lengua de Cervantes). Las gentes ilustradas de por aquí de toda la vida “enraonen en català i en castellà”, indistintamente, y cuando lo hacen en esta última lengua –con cierta competencia (no como los iletrados políticos de CiU, de acento abominable)– se parecen, bueno, se parecen mucho a los mejores locutores actuales en los medios audiovisuales españoles, los cuales –casualidad– suelen ser catalanes.

Comentar estas cosas en público suena como raro, casi como criminal, o peor, suena a chifladura perversa para personajes como la consejera catalana de Educació, quien ha llegado a proponer en la Universidad Catalana de Verano, en Prada de Conflent –sin que se le corra el rímel–, un programa de “patriotismo a través de la lengua”. Ante estas declaraciones, uno, la verdad, se rasca la oreja, y estruja mucho para sí, ciñéndolo contra el pecho, un ejemplar del Pompeu Fabra. “No pongas tus sucias manos en mis discos de Mozart” (Manuel Vicent, 1980). Porque eso es piratería. Cuando personajes inquietantes –intelectualmente hablando– como Muriel Casals o Carme Forcadell se apoderan de lo ajeno y aseguran que una Cataluña independiente habrá de ser monolingüe, entonces uno ya se toca más que la nariz; o sea, ojo, que de no implantarse el catalán como lengua única, aseguran las visionarias, se inducirá al pueblo a una confusión muy grande, pues se le abocará a una “disglosia cultural” (sic)… Entonces, y ante soterradas revelaciones goebbelsianas en los altavoces de la Corporació (y en medios subvencionados), alerta, entonces uno no es que se quede cabizbajo, es que se queda apesadumbrado, y cae definitivamente en la añoranza de la libertad personal, aquella noción de perogrullo conquistada en la Revolución Francesa; y desde luego –ya en un arrebato inadmisible– cae en el aura del canto número 26 del Paradiso de Dante:

«Es cosa natural que el hombre hable, pero también la naturaleza deja a los hombres que hablen así o asá, según les apetezca».

“Cuando una patria, una nación o un estado cualquiera piensa que su principal signo de identidad es su lengua particular… descuenta el hecho de que las lenguas las hablan propiamente las personas, no las cofradías; pues, ante todo, acceder al lenguaje, sea el que sea, diluye hasta la pura anécdota el que la lengua sea románica o semítica, celta, germánica o eslava…”

En efecto, es el maestro Llovet de nuevo quien perora, y quien remacha:

“Enormement discutible és la suposada relació entre llengua, literatura, nació i patriotisme. En principi, les llengües no són ni patriòtiques ni antipatriòtiques: són un instrument que les civilitzacions fan servir per a la comunicació de totes les coses, les de la realitat, les simbòliques i les sobrenaturals, quan és el cas. És cert que les llengües permeten fórmules i expressions que afavoreixen el sentiment patriòtic, com ara: ‘Deutschland, Deutschland über alles’ o ‘Visca Catalunya lliure!’, però les mateixes llengües permeten fórmules directament oposades a aquestes, igual de gramaticals. Els sentiments patriòtics, o són muts, o són un derivat ideològic que poden forjar tant les llengües com el folklore, la gastronomia, el paisatge, la vestimenta local i mil coses més…”

Dado que en estas latitudes es hábito frecuentísimo, popularísimo, combinar el uso de las dos lenguas mencionadas, y más, y para gran regocijo de la cultura en general, hay personas que han recurrido a la justicia para sostener lo obvio en Cataluña. Apoderarse de una lengua y manipularla para fines políticos, además de financieros, es un acto de piratería. Pretender poner vetos a la china a determinados bienes que han estado siempre en la red cultural de los catalanes (¡antes de Franco!) es un delito político, social, y un largo etcétera. Según refiere El País de 5-IX-2014 (artículo de Juan Claudio de Ramón y de Mercè Vilarrubias) existe un grupo no pequeño de ciudadanos catalanes que considera que la normativa lingüística catalana vulnera derechos civiles, y pues, tal y como pasaría en cualquier estado federal, recurren a los tribunales. Hay una larga serie de sentencias a favor de una enseñanza bilingüe que, of course, son recurridas ad eternum por la Generalitat…

“…Actualmente –sigue el artículo citado–, miles de ciudadanos están siendo persuadidos de que el catalán se ve atacado y menospreciado. Y este maltrato es esgrimido por políticos y opinadores nacionalistas como una razón para adherirse al proyecto independentista. Pero el relato del ataque al catalán no se ajusta a la realidad. Los datos de que se dispone lo desmienten. Los dos últimos informes del Consejo de Europa sobre la aplicación de la Carta Europea de las Lenguas Regionales y Minoritarias (2008 y 2012) sitúan al estado español como un país que ha cumplido con creces los requerimientos de la Carta con los que se comprometió. Ningún otro informe internacional indica que el estado español viole la Carta Europea o contravenga recomendaciones internacionales sobre la promoción de la diversidad lingüística en países plurilingües”. Una perla para el PP, que no se la merece…

Y prosigue: “…así, el principal escollo para abrir un diálogo es, sin duda, la cerril oposición de la Generalitat a modificar el más mínimo aspecto de su política lingüística, una política totalmente cautiva de la ofuscación y el dogmatismo…”

Es que ni los vascos, con sus cosas, parecen tan tajantes. Preferimos no continuar con las reflexiones de Jordi Llovet sobre el halo inherente al manejo político de una lengua, que la sume en ocasiones “en la vergüenza y la deshonra”, como fue el caso del nacionalsocialismo, es decir, una consecuencia histórica, entre ardides de la peor calaña, de una esencialización desbordada de la lengua alemana.

[Palabra de Mono Blanco]
[Postdata de Febrero 2016: véanse matices de Joan F. Mira a las opiniones anteriores, aquí]

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