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Distingamos, distingamos…

Porque donde no hay distinción, hay confusión, lo decía Tomás de Aquino en el siglo XIV, nada menos. El esfuerzo de la distinción vendría a cuento por comentarios recientes de dos personajes famosos en sus respectivas disciplinas, la geografía social y la filosofía del arte. Se trata de Jordi Borja, por un lado, y de Félix de Azúa, por otro.

Recordamos escritos antológicos de Jordi Borja sobre las ciudades, muy profesionales, alguno de ellos reproducido en estas páginas. Y qué decir de las eruditas reflexiones de Félix de Azúa en sus libros y trabajos; Azúa es uno de los mejores ensayistas de la actualidad, y maneja varias lenguas (siendo el idioma catalán lengua materna: no en vano Azúa nació en Barcelona y se apellida Comella).

Pues bien, en la misma edición catalana de un rotativo, ambos contendientes se lanzan flechas envenenadas desde páginas opuestas. Borja alude al flamante discurso de incorporación de Azúa a la RAE, una institución que, siendo sinceros, a los peninsulares de varios mundos de Dios, no-madrileños (castellanohablantes a tiempo parcial), les resulta un tanto amarillenta. EMB ha sostenido siempre que lo mejor que puede suceder a este tipo de entidades es situarse a muchos kilómetros de la capital del estado: dejarían de tener las connotaciones del universo rancio, miope y funcionarial de Madrid.

Esto es, más o menos, lo que viene a decir Jordi Borja del ingreso de Azúa en la RAE, además de recriminarle su radical postura contra el nacionalismo catalán. Azúa en su línea, a su vez, arremete contra esa lacra, más ibérica que el fútbol, es decir, contra el nacionalismo, pero con el estilo propio del personaje –y el estilo, como dijo Wilde, es lo único que importa. Todo lo que toca Azúa con su prosa se vuelve relevante –bien como tragedia, bien como sarcasmo–, y desde su columna de la contraportada de El País este pensador se antoja irascible. Hay una especie de fatum con Azúa: su inteligencia desborda objecciones eventuales de la audiencia; incluso en el periódico citado, en ese día, queda desactivada su alusión fácil a los nazis, cosa que espontáneamente despierta la llamada reductio ad Hitlerum o célebre ley de Godwin, que estipula lo siguiente: “Una discusión caduca cuando uno de los participantes menciona a Hitler o a los nazis”.

Al contraportadista le atiende la razón. Azúa se adelanta al tiempo y a las réplicas. De hecho, no hay ninguna discusión posible entre él y Jordi Borja, pues éste no es mencionado. Hablando de un jardín, y fuera de hojas escamosas, lo que dice Felix es casi demoníaco. He aquí, literalmente, lo que cuenta este escritor de Barcelona exiliado por sorpresa a Madrid (aunque siempre le quedará Francia).

Félix de Azúa, El País 5-IV-2016

Hedor

El Holocausto judío comenzó en Austria cuando unos fornidos idiotas, disfrazados con el traje nacionalista, obligaron a los dueños de algunos comercios de Viena a pintar en sus escaparates la palabra “judío” en grandes letras blancas. También pusieron a fregar suelos a las mujeres judías, que, comparadas con sus esposas, les parecían demasiado elegantes. La gente rodeaba a los humillados, se reía y daba palmaditas en la espalda a los matones. Era sólo un aviso a la población para que entendiera que aquella gente no formaba parte del género humano y por tanto podía ser aplastada como chinches.

Hace días, unos nazis de la provincia de Girona asaltaron el jardín que Albert Boadella tiene en uno de esos pueblos del Ampurdán de cuyo nombre es mejor no acordarse y talaron tres hermosos cipreses. Era su manera de marcar a aquella familia. Así anunciaban que, cuando les den permiso, irán a por ellos, marido, mujer e hijos, y los talarán.

He esperado unos días por si alguna autoridad catalana mostraba un gramo de conciencia. Por ejemplo, la detención de los nazis. Siguen libres y con hachas. Nada ha dicho quien fuera alcalde de Girona y hoy preside la Generalitat. Nada han dicho los alcaldes en general y Colau en particular, que está al frente de una ciudad que reúne a más de los dos tercios de la población catalana. La alcaldesa odia la misoginia, el machismo y el clasismo, según dice. Yo no sé si odia a los nazis, pero no dan una imagen demasiado democrática de Cataluña. Tampoco han dicho ni pío los 300 paniaguados que exigen la reducción de Cataluña a lo que ellos alcanzan a comprender. Ni los periodistas y redófilos a sueldo. Ni los jefes de partido progresista. Da un poco de asco.



[Palabra de Mono Blanco]

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