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Desnudar al Rey

Enero 2009

Victoria Combalía ha desnudado al rey en un estupendo artículo de prensa (El País, 10 de Enero de 2009) sobre Oriol Bohigas, monarca, jerarca y heterodoxo impenitente de la escena cultural catalana. Bohigas es una curiosa instancia del célebre dictum “ceci tuera celà” atribuido a Víctor Hugo cuando afirmaba que el libro mataría al edificio, es decir, cuando decía que la literatura acabaría con la hegemonía secular de la arquitectura. Con su pluma Bohigas despacha este vaticinio de una manera light, es decir, no busca el asesinato directamente, sino más bien una coartada; una tapadera. Porque a través de la letra, que maneja con soltura, el gran valido de la piedra se va convirtiendo en un escribano que, día sí y día también, infravalora de rebote -fluidamente- cierta obra arquitectónica: la suya.

Autor de un palimpsesto de opiniones, artículos, libros y ocurrencias en constante reformulación, hay que reconocer que el producto tiene nivel. Bohigas es un buen historiógrafo, posee recusos estilísticos, y sus textos se leen con ritmo, quizá por las ventajas literarias inherentes a algo tan tangible como los ejemplos de la arquitectura y el urbanismo. Si la edad se lo permite –pues el arquitecto, provecto, comienza a tener unos abriles– podría lanzar perfectamente una novela, y es probable que fuera bastante mejor que “La Catedral del Mar”, la cual –dicho sea de paso– no deja de ser un culebrón de cordel con buena documentación. Mirado con la perspectiva que ya debería aplicarse, lo raro es que Bohigas, en el panorama de la arquitectura culta (de Cataluña, de la península y el extranjero), siga teniendo una reputación importante.

Con los años Bohigas se ha convertido en un excelente comunicador literario, pero su obra sólida –la techada– adolece de lo mismo que algun vino: no mejora con el tiempo. En su papel de rebelde con calcetines Beneton, gracias a la versión dada de sí mismo como lletraferit, Bohigas mantiene el listón, léase, el listón de un listo inteligente. Su pose actual podría sintetizarse de esta manera: observad lo que digo y qué bien que lo digo, y en cuántos sitios lo digo (empezando por el Ateneo de Barcelona): ¿no son éstos, acaso, la prosa y el raciocinio de un excelente arquitecto?

Pues no –y aquí aflora el anarquista ingenuo, ay–, y más cuando Bohigas molesta directamente a personas como Victoria Combalía, ella un especimen peculiar que también debería (psico)analizarse en este singular zoo de Barcelona del arte y la pandereta. Combalía se rebate legítimamente y constata cómo este caballero vive de rentas ya periclitadas; y le achaca un don de mando absolutista, propio de una especie de ilustrado al que no criticaremos por fairplay ahora, pues, en efecto, sí que fue carismática su mano de hierro -de pianista- en la ordenación olímpica de Barcelona. El caso es que Bohigas tiene eco en numerosos medios de comunicación (véase su alabanza esperpéntica de la plaza de Lesseps) aún, y, por otra parte, desde épocas remotas, disfruta de un ascendiente notable entre nuestras autoridades locales; lo cual resulta, como dice Combalía, infinitamente peor. Y no es por él mismo (que en definitiva va a la suya y defiende otro engendro, el del Museo prêt-à-porter de las Glorias), sino por las mencionadas autoridades locales, cándidas hasta lo irrisorio, como con el nuevo pasquín-anuncio del transporte metropolitano: ‘Dios no existe’…

¿Cómo que no existe? Bohigas está con nosotros, y Victoria lo sabe:

“…Conozco a Oriol Bohigas desde hace más de 20 años y he tenido múltiples ocasiones de escuchar, en situaciones tanto oficiales como privadas, sus famosas boutades. A veces son para épater le bourgeois, a veces dan en el clavo y a veces son tonterías que él proclama con total tranquilidad, imperturbable. Sus aportaciones a la política cultural de Barcelona dan un balance bicolor y siempre discutible: muchas cosas buenas, como hacer suya la proclama de Eugeni d’Ors de “més biblioteques!” o sus estudios sobre la historia de la arquitectura en Cataluña, y muchas cosas fallidas, como el proyecto faraónico del MNAC (Museo Nacional de Arte de Cataluña). Siendo miembro (o miembra, pues ya verán que todo llegará) de su equipo asesor entre 1992 y 1994, descubrí que no escuchaba a nadie. El proyecto de reforma del MNAC ya estaba encargado a Gae Aulenti y ya iba por los 6.000 millones de pesetas gastados. Terminó costando alrededor de 20.000 millones y con una presentación tan miserable del arte románico (con muros suspendidos sobre el sufrido visitante, pasillos angostos, los ábsides a la vista como si de una obra de arte povera se tratara y piezas colocadas a nivel de perro o de niño gateando) que ahora, tan sólo 10 años después, van a cambiarlo. Todo esto pagado por el contribuyente.

…Ahora, en un artículo del pasado 10 de diciembre, Oriol nos llama a todos aquellos que hemos firmado el manifiesto en contra del desmantelamiento del Museo Textil y de la Indumentaria de la calle de Montcada ‘unos conservadores pintorescos’ y añade que suspiramos ‘por la pérdida de los pequeños museos creados por el fraccionamiento franquista’. Perdonen mi atrevimiento para contradecir a nuestro Rey Sol local, pero sencillamente es el colmo. En primer lugar, porque el Museo Textil se nutre básicamente de la Colección Rocamora y con el cierre de su anterior emplazamiento se incumple un contrato firmado entre el generoso donante y el Ayuntamiento. En segundo lugar, porque no estamos en contra de ningún museo del diseño, sino de cómo y cuándo se hacen las cosas en el Consistorio; porque, por ejemplo, cada vez que se proyecta algo nuevo, se aprovecha para desmantelar una institución existente. En este caso, el museo que todos llamábamos ‘de la moda’ era un punto de referencia de la calle de Montcada, era un lugar lleno de encanto y sus instalaciones eran fácilmente mejorables con el mismo presupuesto que ahora el Ayuntamiento se ha gastado en tan sólo una exposición temporal. La política museística de Bohigas, de la cual es heredera la actual, siempre privilegió los museos faraónicos. Quería que el MNAC fuera el Metropolitan de Nueva York y ahora querría que el Museo del Diseño fuera el Victoria and Albert de Londres; olvida que nuestras colecciones no son las mismas y que nadie en Nueva York piensa cerrar la Frick Collection, ni en Londres la Wallace Collection, ni en París el Musée Moreau o el Musée Rodin, ejemplos todos ellos de museos pequeños.

…Para resumir: el Ayuntamiento ha cerrado el museo de la moda para ubicarlo en el futuro Museo del Diseño, que estará emplazado en la plaza de las Glòries con un proyecto arquitectónico del estudio del propio Oriol Bohigas. Entretanto, y para salir del paso o para dar un sueldo a cuatro amigos, se han inventado una parida mental llamada DHUB….No se sabe muy bien qué es el DHUB, pero para llegar a este nombre el Consistorio ha tenido que pagar a dos empresas de naming, lo que les habrá costado su dinero (o sea, el nuestro). Sin embargo, si ustedes simplemente buscan la palabra ‘dhub.com’ en Google, encontrarán a una pequeña empresa inglesa dedicada a ‘hacer posibles las ideas’ y a albergar eventos organizados por otros. Antes se le hubiera llamado una agencia cultural y ahora un hub, es decir, una red de distribución, con un vocablo extraído de la informática y del mundo de la aviación (un HUB es un gran aeropuerto). Pero esta idea tan simple se plasma en un abracadabrante desplegable municipal en el que leemos: ‘¿Qué no es Disseny Hub Barcelona?’. Y seguimos leyendo: ‘No es un museo, aunque también lo sea. No es un centro de investigación, pero sí lo es. No es un aula, pero a veces podemos decir que lo es. No es un lugar, pero lo será’. Me vienen a la mente tanto Groucho Marx como Wittgenstein, quien estaría encantado con este buen ejemplo de falta de sentido…

O sea que han cerrado un museo, han colocado sus colecciones en una exposición temporal en un lugar remoto y sin una concepción museográfica de interés, se han inventado una cosa que nadie entiende y que venden con toda la parafernalia del mundo, han programado un museo del diseño en plena crisis económica, y todo esto ¿para qué?…Me gustaría que nos lo explicaran, no a los firmantes del manifiesto (que no quedamos en modo alguno convencidos cuando se nos convocó a una reunión), sino al ciudadano de a pie. Como decía un famoso crítico italiano, ¿es posible que quien se ocupa de obras de arte, de centros históricos, de la administración del patrimonio cultural, sea tan insensible y privado de gusto? Para administrar la cultura se requiere conocimiento, inteligencia, sensibilidad y sentido común, virtudes prácticamente en vías de extinción en nuestros lares…”


[Palabra de Mono Blanco]

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